lunes, diciembre 16

Autobiografía de una pulga. Anónimo. (fragmentos)




Esta obra fue publicada por primera vez en Gran Bretaña en 1881 y permite una mirada a la literatura erótica victoriana. La historia es narrada por una pulga que vive en la pierna de Bella. Esta pulga voyeurista, que domina el arte de la narración y que se reconoce a sí misma como un insecto erudito, nos regala relatos difícilmente imaginados en otro contexto histórico. Es pues la voz anónima encarnada en una pulga la que nos permite gozar, reír o escandalizarnos en este texto editado por Tusquets y que forma parte de la colección La sonrisa vertical.

En Cuentitos Eróticos de Ultratumba les compartimos unos fragmentos del primer y segundo capítulo para incitarlos a agregar este librito a su colección y a leerlo con ánimo de sorpresa y diversión.

La pregunta que a mí me acompañó en la lectura es si la verdadera voz narrativa es masculina o femenina. ¿Qué opinan?




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He oído comentar el algún sitio que mi especialidad era ganarme la vida chupando sangre. No soy en modo alguno el ser más bajo de esa fraternidad universal, y si bien sustento mi existencia con precariedad en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi experiencia demuestra que lo hago de un modo notable y peculiar, con un esmero y cuidado que rara vez se da en quienes ejercen mi profesión. Sin embargo, aduzco que tengo otros y más elevados objetivos que la mera sustentación de mi cuerpo merced a las contribuciones de los incautos. Consciente de este defecto original, y con un alma muy por encima de los vulgares instintos de mi raza, ascendía gradualmente a las cotas de percepción mental y erudición que me ubicaron por siempre jamás en el pináculo de la sublimidad insectil […] De este modo se percatará de que no soy una pulga común; de hecho, si se tiene en cuenta la compañía que he frecuentado, la familiaridad con que se me ha permitido tratar a personas de lo más exaltado y las oportunidades que se me han brindado de sacar el mayor partido a mis amistades, el lector sin duda convendrá conmigo en que soy en verdad un insecto de lo más maravilloso y eminente.

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Tengo muy aguda la vista y muy fino el oído, y por eso pude ver que un joven caballero deslizaba un trocito plegado de papel blanco en la hermosa mano enguantada de la damita al pasar esta por el pórtico abarrotado. Había reparado en el nombre de Bella pulcramente bordado en la suave media de seda que me había atraído en un principio, y vi ahora que esta misma palabra aparecía sola en el exterior de la nota de amor.

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“Bella sintió por primera vez en su vida el roce mágico del aparato de un hombre entre las yemas de su orificio rosado. En cuanto percibió el cálido contacto de la testa endurecida del miembro de Charlie, se estremeció perceptiblemente, y anticipando ya las delicias del goce venéreo, emitió prueba abundante de su susceptible naturaleza.

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Al cabo, la lascivia apasionada que lo poseía le llevó a traspasar cualquier límite, y liberando en parte a Bella de su ardiente abrazo, se abrió la parte delantera de la sotana, y descubrió sin asomo de pudor, ante la mirada asombrada de su joven penitente, un miembro cuyas gigantescas proporciones, en no menor medida que su rigidez, dejaron a esta muy confusa. Es imposible describir las sensaciones que provocó en la dulce Bella la repentina exhibición de tan formidable instrumento.

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–¿Cómo se llama ese flujo? –preguntó Bella, levantando una vez más su bonito rostro.
–Tiene varios nombres– replicó el eclesiástico–, según el rango de la persona que los emplea; pero entre tú y yo, hija mía, lo llamaremos ‘leche’.
–¡Leche! – repitió Bella inocentemente, y sus dulces labios pronunciaron el término erótico con un fervor que era natural en esas circunstancias.

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–¡Santa Madre de Dios! Esto es excesivo: lo tendrás Bella, conocerás este instrumento en toda su magnitud, y, dulce niña, te revolcarás en un océano de leche caliente.
–¡Ay, padre mío, qué dicha celestial!

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–¡Ay, padre mío! ¡Ay, mi querido y generoso padre! Ahora, ahora, empuje. ¡Oh! Sí, empuje. Puedo aguantarlo; lo deseo. ¡Estoy en el cielo! ¡Qué calor despide la cabeza de este bendito instrumento! ¡Ay, corazón! ¡Oh, Señor! ¡Virgen Santa!, ¿qué es lo que siento?~﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽øπ[]å∫∂ƒersona que los emplea; pero entre tosible describir las sensaciones que provocs proporciones, en


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domingo, diciembre 15

Sucede siempre a esto de las tres de la mañana. Siddharta Álvarez Jaramillo

Nostalghia. Andrei Tarkovsky.



Sucede siempre a esto de las tres de la mañana abro los ojos a la oscuridad del recinto, busco torpe ciego Poco a poco la luz se instala en los objetos poco a poco mis movimientos se vuelven certeros poco a poco me doy cuenta de la gran ausencia que duerme conmigo Es poco después de las tres de la mañana de pie en el recinto vacío una gota cae con insistencia solemne alguna voz lejana se cuela por la ventana un auto una distante y alarmada sirena sigo de pie oscuro Deben ser casi las cuatro Que ganas de verte que deseo ardiente de tu piel de tu voz de tus pies de tus ojos de tus manos de tu ser Cuatro y un poco más con las espalda erguida sentado en el suelo ilumino mis adentros me convierto en una luz tan radiante que atrae a la mañana el día la acción. Adios pues hasta mañana a las tres...


sábado, agosto 31

Mala memoria. Ana Paulina Gutiérrez



Ojalá fuera cierto el mito de que tengo mala memoria. Me acuerdo de cada centímetro, milímetro, micrómetro, nanómetro, picómetro de su cuerpo. Recuerdo el sonido de su risa franca. El silencio de su risa forzada. El viento que sentí un segundo antes de darme cuenta que nos besábamos. De que me besaba. Porque me acuerdo que fue él quien me besó primero. Así, de pronto. Sin pedir permiso. En plena calle.

Y es que me acuerdo que fue el primer lugar que encontramos en medio de la caminata. No era bonito. Pero qué sentido tenía alargar más el camino si lo que queríamos era conversar y besarnos. Recuerdo que no parábamos de hablar. Más que cuando nos besábamos. Y es que me acuerdo que inventamos un juego. Interrumpir el discurso del otro con besos. ¡Ay cómo me gustó ese juego! Porque me acuerdo que después lo besé yo. Así, de repente. Sin pedir permiso. Y nos reímos.

Me acuerdo que después caminamos buscando un lugar seguro para seguir besándonos. Mi ciudad no tiene lugares seguros. Nunca los ha tenido. Siempre te arriesgas. Como la prima de Martha y  su novio. Los asaltaron cuando se besaban afuera de su casa. No sé porqué recuerdo esa historia cuando es de noche y estoy besando a alguien. ¡No me vayan a asaltar! Fue entonces cuando lo invité a mi casa. Porque él lo sugirió antes y yo hice como que no  lo oí. No fuera a pensar que yo ya lo tenía planeado. Pero me acuerdo que sí quería. Así que lo invité y me dijo que sí. Recuerdo que tomamos un taxi, de los verdes. Todavía existían. Llegamos a mi casa y seguimos jugando. Nos quitamos la ropa entre beso y beso. Pero me acuerdo que me quedé dormida. Así, de repente. Lo último que vi fue su cuerpo cuando se acostó a mi lado, desnudo. Por eso lo recuerdo tan bien.

Lo que no me acuerdo es en qué momento se fue. Creo que seguía dormida. Porque me acuerdo que soñaba que jugábamos a callarnos a besos. Y mi memoria no me engaña. Porque eso de que tengo mala memoria es un mito. Me acuerdo de cada centímetro, milímetro, micrómetro, nanómetro, picómetro de su cuerpo. Recuerdo el sonido de su risa franca. El silencio de su risa forzada.




domingo, mayo 5

El Dedo en El Universal


"El dedo" 


Cuarto lugar del concurso de relato erótico Letras de mi primera vez, convocado por Tusquets y el FCE    (para ir a la nota: http://www.eluniversal.com.mx/notas/921002.html )




Se pasó toda la noche observando su dedo. Pensaba cuánto tiempo le hubiera llevado a él crear un objeto así, con esas arruguitas en la panza que lo hacían ver tan cómico, tan poco sensual. El camuflaje perfecto. Cuántas noches habría pasado en vela para darle esa forma alargada y esos movimientos: de arriba abajo, de lado a lado, en círculos. Cuántos bocetos habría tenido que hacer para llenarlo de venas, de tendones, de huesos. Para forrarlo con piel. No sabía si existía un dios, pero sabía que la idea del índice era magnífica. Quién lo había creado era un genio. ¡Todo lo que podía hacer ese dedo! Era una maravilla.
Tenía diez dedos en las manos, sí, pero el índice de la mano derecha era insuperable. Lo sabía ahora más que nunca, después de haber estado jugando dentro de la vagina de Ángela. No es que no lo hubiera hecho antes con otras mujeres, pero lo de hace un rato había sido magia. Ángela tenía una potencia sexual increíble, bastaba con que lo mirara a los ojos para que él se encendiera y se clavara a mordidas en su cuello largo. Ángela era tan receptiva a sus caricias que él se olvidaba de su propio cuerpo cuando hacían el amor. El placer estaba en ella, en su piel suave, color miel, en esas formas redondas que se movían en la cama como reptando. Le fascinaba la sensación de enredarse en sus piernas largas, para después abrirlas con suavidad, y encontrarse con ese sexo dulce que lo hacía perderse. Era como un mar cálido en dónde sólo se escuchaba la voz de la sirena, mientras él recorría sus labios con la lengua, hacía círculos imparables en el clítoris, apretaba los muslos con sus manos ásperas. Siempre era un placer, siempre. Pero ayer sucedió algo que lo llevó al límite.
Comenzó a tocar apenas con las puntas de los dedos las ingles de Ángela y por segundos abandonaba el clítoris para besar y lamer la piel erizada del abdomen. Era como conquistar territorios, volverse poderoso en el sometimiento ritual de la sirena. Fue sumergiendo su dedo índice en la vagina cálida de Ángela, al mismo tiempo que chupaba suavemente su clítoris. Ángela comenzó a mover el pubis mientras sus manos se perdían en la cabellera de Diego. Apretaba su cabeza en un gesto de amor, pero también como una orden para que no se detuviera. Gemía como una sirena-bruja. Cerraba los ojos y se retorcía como una serpiente. Los movimientos del dedo se hicieron más intensos dentro de aquella vagina ahora ardiente e inundada. Diego levantaba la mirada de vez en cuando para encontrarse con la imagen ultra afrodisiaca del rostro agonizante de Ángela.
De pronto sintió otro dedo índice cerca de su boca. Era el de Ángela. Ahora ese dedo también reptaba sobre el terreno que Diego suponía conquistado. Se metió dentro de su boca, tocó su lengua en movimiento, tocó el clítoris hinchado y húmedo y después fue bajando despacio para meterse en la vagina y encontrarse con el otro índice ahí dentro. Diego estaba atónito. Tenía la erección más grande en la historia de la humanidad. De pronto dejó de mover su dedo, se sintió pequeño frente al acto heroico de Ángela. Pero ella con una pericia increíble, enganchó su dedo al de Diego y comenzó a acariciarlo. Bailaban un tango ahí dentro. Los gemidos de Ángela invadieron el cuarto, la casa, el edificio, el barrio. Diego no podía parar de darle placer y su pene seguía creciendo, iba detrás de los gemidos de Ángela. Se ahogaron juntos en un grito jamás escuchado. Agotados cerraron los ojos y se quedaron dormidos con los dedos enganchados ahí dentro. Cuando Diego despertó, Ángela se había ido. Pero había dejado su perfume impregnado en su índice, como un regalo. Y entonces él, se pasó toda la noche observando su dedo.


*Gracias a Gustavo por las fotos.




viernes, marzo 15

El fragmento de un día raro. Ana Paulina Gutiérrez.





¡Qué día más raro! El silencio se apoderó del espacio y de los sueños desde antes que amaneciera. El frío lo trajo en gotas de lluvia, casi nieve, en un grito del invierno que agoniza.

Parece que estoy solo en el barrio, en el mundo. ¡Y para colmo se me ha olvidado mi nombre! Se me ha olvidado mi ruta y lo que desayuné esta mañana. No recuerdo si cerré las ventanas, pero recuerdo que olvidé abrir la puerta del baño antes de salir de casa. Me estoy quedando sin memoria en este día raro de mierda. Un día con atmósfera de eclipse, de asueto, de fin del mundo.

Pero recuerdo su hombro izquierdo. Mientras camino en medio del frío que se cuela por los agujeros de mi saco. Ese hombro que como una duna sobresalía aquélla mañana en mi cama blanca. Recuerdo el olor a jazmín de ese pedazo de piel. La fuerza de la curva pronunciada que impedía al tirante del camisón quedarse en su sitio. Yo me aproveché y me acerqué a besarlo. Fue ahí que se me metió el recuerdo por la nariz como una línea de cocaína pura. Se me quedó todo el día impregnado en las paredes nasales, en mi mano, culpable de bajar de una vez por todas aquél tirante. Ahora esas coordenadas son lo único que me permite recordar algo en medio del silencio.

Su cabello largo y necio invadía los ojos que me miraban y la boca que me sonreía. Me pedía un beso con sus gestos. Yo me negué. No me moví ni una pulgada de mi sitio. Sólo la miré por un momento sin parpadear. Su rostro tan hermoso, tan cerca, tan dulce y tan fuerte me hacía estremecer. Me asustó su espíritu suelto irrumpiendo en mi desolada vida. Se sentía tan completo, tan feliz, tan mundano. Tan deseado que paralizaba. Era un sueño que ahora no quería sostener entre mis manos. Esa presencia que me distraía de mi necesidad imperiosa de ordenar mi mundo roto.

Me estorbaron sus dientes grandes. Su mar inmenso listo para llevármelo puesto. Su cuerpo lleno de todo lo que necesitaba el mundo para arreglarse.

Pero me quedé, sin quererlo, en sus coordenadas. En su ausencia.
En su olvido y su silencio.





miércoles, febrero 20

Sobre febrero y los sueños de luna. Siddharta Álvarez.



Jan Saudek


Veo tus ojos y boca
mis manos arden
me acerco lento

hasta que el corazón delata
Agitas el cabello
la piel que atesoras bajo la blusa
brilla 
brilla
brilla

Tomo tu espalda para sacarte del silencio
las nocturnas sombras nos unen
la oscuridad nos abraza
nos mezcla 
en secreto sin mirarteacaricio

un beso largo y constante
te devela
me entrega
brillante
brillante
brillante
suave
enredante

Penetro entonces tus secretos
lento muy lento te conozco
te aprehendo

Vos y mi voz al mismo tiempo
La noche trae un rumor de lluvia
un susurro fresco
que condensa nuestros cuerpos cálidos
entonces somos tormenta y relámpagos

Luz
gotas
sueños...