sábado, diciembre 10

Memorias. Segunda parte. Ana Paulina Gutiérrez.

Imagen: Yasuo Kuniyoshi


Ene se había tendido en el pasto del colegio. Estaba agotada y sólo quería perderse en las sensaciones. Cubrió su cabeza con un suéter y se llevó la mano fría a la boca. Comenzó entonces a agregar líneas al guión de la memoria. Ahora en la imagen-recuerdo, su mano era la de su amante y sus dedos entraban y salían mientras acariciaban su lengua y sus labios. Sus propios pensamientos interrumpían las imágenes, en su cabeza se instalaba un diálogo con ella misma.

¿Has visto cuando las moscas dan vueltas interminables en el centro de un salón? Así me siento. No sé en qué momento comencé a dar vueltas y ahora no sé cómo detenerme. Ni siquiera sé si quiero detenerme.

El auto-diagnóstico de Ene era que siempre fue demasiado complaciente con los demás. Aprendió a conciliar a todos los miembros de su familia y a sus propios demonios. Así aprendió a relacionarse y a pasar los días, evitando el conflicto, porque como le decía constantemente su madre, “En alguien tiene que caber la prudencia”. Después de dar vueltas como mosca alrededor de sus pensamientos, decidió concentrarse en la memoria.

Sacó los dedos húmedos de su boca y comenzó a deslizarlos por la espalda que ahora la acompañaba en el pasto-cama, pegadita a su pecho. Era una de las sensaciones más placenteras que había experimentado. Tal vez fue eso lo que la enamoró de él. Ene no podía dormir abrazada de ningún hombre. En los 15 años que vivió con Juan, no pudo hacerlo más de dos veces. Invariablemente rodaba a la orilla de la cama, enroscaba los pies en las cobijas y se concentraba en la agradable sensación de calor que de a poco invadía su cuerpo desnudo, hasta que se quedaba dormida. Si Juan la rodeaba con el brazo, ella se despertaba con angustia y no tenía más remedio que apartar el enorme brazo y pedirle una disculpa fugaz por no soportar la sensación del peso sobre ella. Juan solía reclamarle cariñosamente, hasta que acabó por acostumbrarse. Ene nunca se acostumbró a ceder centímetros de su espacio en la cama.

En cambio con Fabián era distinto. Le emocionaba que la abrazara desparpajádamente después de hacer el amor (o algo parecido), ya dormido, mientras salían de su boca esos gemidos de niño. Un par de veces pensó que tenía pesadillas y sintió la necesidad de besarle la espalda. Siempre lo hacía temerosa, pensando que tal vez a él no le gustaría. Sabía que él no quería enamorarse, claramente le había dicho: “El amor debilita”, eso la detenía todo el tiempo. Hacía las cosas a medias, pero aun con esas limitaciones, el goce era enorme. Conocía a la perfección la textura de aquella piel blanca y fría. Se sabía de memoria su cuerpo. Reconocía su perfume a kilómetros de distancia. Una vez sentada en una de las sillas del aula, sintió una pequeña perturbación, como un temblorcito, algo más fuerte que un escalofrío. Al instante percibió el perfume de Fabián. No sabe exactamente porque, pero recordó aquella regla para saber la distancia aproximada del relámpago: “Después de ver la luz,  cuenta los segundos hasta que se escuche el trueno; divide el número de segundos entre 3 para calcular la distancia en kilómetros; busca refugio inmediatamente si la tormenta se está aproximando”. Se sintió estúpida: no era normal pensar esas cosas. A los pocos segundos, Fabián entró por la puerta del aula y ella sintió algo parecido a la sensación previa a un orgasmo intenso. No, no lo imaginaba, estaba segura que algo que los conectaba. Y sí, insiste en que lo que la enamoró, fue ese momento en que Fabián, dormido, la abrazó y acomodó su cabeza sobre la suya. Ella se quedó atónita. ¿Cómo podían estar tan pegados sin ser un solo cuerpo? Un abrazo es lo recurrente, pero ¿una cabeza sobre otra? Recuerda la sensación de la mejilla de Fabián sobre la suya, con esa barba bicolor, extraña, como casi todo lo que lo rodeaba. Ella, después de su asombro, comenzó a jugar un poco: “¿Será que si muevo despacito la cabeza, como acariciando su mejilla, me siga el mimo?” Lo hacía temerosa, como todo lo demás. “¿Y si le acarició la cara con la mano, responderá?” Increíblemente, él respondió. Después se pegó más a su cuerpo tratando de no mover la cabeza, para conservar el placer de ese encuentro. Fabián la abrazó y le acarició la espalda. “¡Cómo no iba a enamorarme!”

El recuerdo le mojaba los ojos. Trató una vez más de concentrarse en las sensaciones,: los dedos, la boca, la lengua, las pieles desnudas. Pero inevitablemente aparecían los otros recuerdos. Esos breves pedazos de vida compartida que tanto la habían lastimado. Como aquella noche en que el trayecto fue una maravilla. El recuerdo de la mirada de Fabián sobre su cuerpo, sobre su boca, le provocaba mareas súbitas. El juego comenzó desde el bar, pero se magnificó cuando Ene lanzó la provocación:

-Bueno, voy a tomar un taxi a mi casa.-

Fabián entendía el juego, la miró con cara de asombro y decepción para seguir la jugada.

-¿En serio te vas?-
-Claro, a menos que me invites a tu casa.-
-¡Por supuesto que te quiero llevar a mi casa, qué pensabas!-

Se comían a besos, desesperados. Ella se sentía libre, feliz. No lo había imaginado cierto. Fue medio a ciegas al bar, sabiendo que estaría con él, pero no tenía la certeza de que esa noche pudiera dar existencia a los sueños de dos meses de ausencia física y otros tantos de distanciamiento. La última vez que estuvieron juntos fue muy extraño. No estuvieron solos y eso había transformado de alguna manera el encuentro entre Ene y Fabián. Para Ene, el estar con Fabián y Ana había sido una experiencia agradable pero frustrada, pues había sido interrumpida por los sentimientos de culpa de su amiga. En realidad Ene quería que la experiencia culminara, siempre había querido hacerlo y se había dado de manera tan espontánea esa noche, que le molestó un poco que no pudiera ser, pero de cualquier forma al regresar a la imagen de Fabián, se alegraba de que no hubiera pasado a mayores. No tenía idea de lo que vendría después, Ana y Fabián se habían enamorado y ahora ella era la que estaba fuera. Pero en ese momento, antes de la fatalidad, estaban de nuevo juntos y solos. No podía evitar sentirse feliz porque, aunque un poco forzada, esa noche había sido una cita. Ene nunca había sentido que los minutos fueran tan largos como durante el trayecto, quería tener alas, unas grandes que le permitieran elevarse unos cuantos metros, los suficientes para que Fabián, tomado de su mano, no chocara con los autos estacionados durante el vuelo. Cada vez que detenían la carrera, Ene bajaba la mano para tocar el pene de Fabián, como si fuera la evidencia de que esto realmente estaba ocurriendo. Siempre había soñado ser una bruja, tener algún poder mágico. Y lograr que un pene se pusiera así de duro y grande le parecía la mejor de las magias.

No pudo seguir. Ene se quitó el suéter de la cara y  tomó un respiro. Se concentró en el canto de los pájaros y en las nubes. Cientos de imágenes pasaban frente a ella, incontrolables. No sabía dónde estaba parada. Desde hace meses había dejado de habitar la tierra. Pensaba en que sus experiencias, su historia, la habían convertido en la mujer más sola del mundo. Tan sola que no podía estar consigo misma. No podía hablar con la gente, no podía dibujarse en el nuevo lienzo. La blancura le lastimaba los ojos. Todas las mañanas, al salir a la calle, le lloraban los ojos. La gente le decía que tal vez era una alergia, pero en el fondo ella sabía que la causa era la blancura del lienzo. El miedo a dibujarse de nuevo.

No se preguntaba si realmente lo amaba, estaba segura. Era la única certeza en medio de la ceguera. Cuando lo razonaba se odiaba a sí misma. Pero era tan sólo un destello de odio que se apagaba con las marejadas de idealización que la acompañaban a lo largo del día, de los días. “¿Pero por qué me quieres?” Escuchar eso de su boca era en principio, una [absurda] confirmación del heroísmo de mujer independiente y valiente, que no teme exponerse frente al hombre “que ama”. Y que no la ama, en lo absoluto. Otro destello de racionalidad la hacía pensar que si a él le extrañaba tanto que lo amara, tenía que ver necesariamente con la imposibilidad de que él la amara a ella. Esto era mucho más factible. “¡Maldita razón!”

¿Qué estoy haciendo? Revolviéndome en la mierda, en mi propia mierda. Una mierda que nadie más sabe que existe. No hablo con nadie de esto porque me agobia. Me cansa escucharme a mí misma.” Dejaba estos pensamientos angustiantes y volvía a la idealización: tiempo ideal, espacio ideal, persona ideal… Imaginaba miles de historias que cumplían sus expectativas. Nada podía salir mal. “¿Por qué habría de salir mal?” Pero siempre salía mal. 

“Nuestro tiempo terminó.” Pensó en voz alta y se paró súbitamente del pasto. Caminó a la biblioteca muriéndose de frío. Le esperaba un día espantoso, lleno de  pensamientos atravesados y mínimas posibilidades de fuga. ¿Algún día me hará feliz amar?



jueves, octubre 27

Memorias. Primera parte. Ana Paulina Gutiérrez *



A Ene le gustaba encerrarse en el baño para sentir placer. Se sentaba junto al lavabo, en una banca que había a un lado de la ventana y prendía un cigarro. Abría la llave del agua para escucharla correr y cerraba los ojos mientras exhalaba enormes bocanadas.

Ese día recordó la escena que la inquietaba los últimos días cientos de veces. Se concentró en el silencio, en la oscuridad, en la sensación de aquellas manos recorriendo el largo de sus piernas para poder adentrarse en el recuerdo. Una vez ahí, trajo a la memoria el instante en que sintió la lengua tibia recorrer la planta de su pie derecho. Sintió, como otras veces, el escalofrío que anunciaba que el recuerdo estaba ya en el límite de realidad necesario para sentirlo. Sus ojos abiertos visualizaron la pequeña perversión en una imagen que ahora atesoraba. Ahora que la tenía ahí, cerró los ojos. Comenzó a aderezarla: la llenó de gemidos, de roces, de olores. Su respiración se hacía cada vez más profunda y necesaria. Era lo que la mantenía en el cuerpo, en la tierra.

Por lo regular no podía retener la imagen por mucho tiempo. Se disolvía y Ene tenía que volver a empezar, volver a concentrarse. Pero esa tarde el recuerdo fue más prolongado. Pudo seguir sintiendo sin tener que comenzar de nuevo. Su respiración, agitada por el recuerdo, se convirtió en un suspiro prolongado, acompañado por la sensación de su piel tocando la piel de su amante.

Apareció el recuerdo de sus pantorrillas descansando en los hombros del otro cuerpo. Su pie izquierdo bajando y subiendo por el torso y el cuello de su amante. Ahora la imagen de aquélla boca devorando su pie derecho era nítida. Tanto que podía congelarla, regresarla, verla en cámara lenta, ampliarla e inclusive podía verse a sí misma recibiendo placer. Y recibirlo en la ausencia del otro, que no se iría más, hasta que ella lo decidiera.

Se terminó el cigarro y sin abrir los ojos lo lanzó al lavabo en donde corría el agua. Metió la mano bajo el chorro tibio y volvió a empezar con la imagen ahora ampliada en su memoria. 

Respiraba despacio, no tenía prisa. Nunca la había tenido.

*The Lovers, Jan Saudek.

sábado, agosto 20

Erotismo tentacular: de Hokusai a Picasso. Por Josep Lapidario.

Venus in furs, de Danni Choo


Llegan la noche y tu éxtasis
Y mi cuerpo profundo
Ese pulpo sin pensamientos
Engulle tu sexo agitado
Durante su nacimiento.
Joyce Mansour. Déchirures, 1955




El pulpo agita sus tentáculos en el plato, pero el ligeramente desquiciado Oh Dae-Su no duda ni un momento: agarra al resbaladizo animal entre sus dedos y lo engulle a grandes mordiscos corriendo un riesgo cierto de morir asfixiado… Y aún con tentáculos entre los dientes, cae desmayado frente a la joven camarera. Esta muy comentada escena de la película coreana Old Boy tiene bastantes lecturas ocultas. La práctica de comer pulpos vivos (aunque troceados) es relativamente habitual en Corea del Sur, pero el ansia con que Dae-Su se arroja sobre el pobre animal y lo devora, tras verse enfrentado a una atractiva camarera después de 15 años de soledad, puede leerse de forma diferente si tenemos en cuenta la fuerte simbología sexual de los tentáculos en general y de los pulpos en particular. A los lectores con repulsión hacia la viscosidad les podrá sorprender este simbolismo erótico… Para explicar el por qué del atractivo de la sexualidad cefalópoda tendré que remontarme al Japón de finales del periodo Edo, allá por los siglos XVIII-XIX.

El sueño de la mujer del pescador, de Hokusai

2. El húmedo sueño de la mujer del pescador
Una hermosa mujer desnuda, con el pelo húmedo y suelto, está acostada entre unas rocas frente al mar. Un enorme y expresivo pulpo estimula su vagina y rodea su cuerpo con varios tentáculos, mientras un pulpito de menor tamaño le acaricia un pezón y roza sus labios. La mujer tiene los ojos cerrados y una actitud relajada, pero la tensión de los brazos que aferran dos tentáculos prueba que no está inconsciente sino más bien… receptiva.

Esta famosísima estampa erótica, bautizada en principio como Buceadora y pulpo y conocida poéticamente como El sueño de la mujer del pescador, es una de las obras maestras del artista japonés Katsuhisha Hokusai, y forma parte del álbum de estampas eróticas (shunga) llamado Kinoe no komatsu y publicado en 1814. En realidad Hokusai no fue el primero en imaginar ese tipo de escenas, aunque sí el que mejor las plasmó… Muchas de las abundantes imágenes de la época que incluyen buceadoras y pulpos se pueden interpretar como parodia erótica de una antigua historia popular en Japón durante el período Edo: la leyenda de Taishokan y en particular el episodio de la toma de la joyao Tamatori Monogatari. En la historia original, una buceadora se sumerge en las profundidades del océano para recuperar una gema de valor incalculable que había sido robada a su hijo por el rey Dragón del Mar. Una vez con la joya en su poder, y mientras volvía a la superficie gracias a una cuerda atada a su cintura, fue perseguida por un ejército de monstruos subacuáticos y atacada por un feroz dragón marino. En lugar de defenderse y correr el riesgo de perder la joya, la buceadora se abrió el pecho con una daga y escondió la gema en su interior… El dragón la asesinó, pero al encontrarse el cadáver de la valiente pescadora, su hijo pudo recuperar la piedra preciosa.

En su origen el Taishokan era una historia solemne y de tintes religiosos, y el episodio delTamatori se subrayaba como ejemplo de la abnegación y sacrificio femeninos. A más de un sacerdote sintoísta le hubiera dado un infarto de saber que no sólo Hokusai sino muchos otros artistas de su época parodiaron la leyenda convirtiendo el dragón marino que perseguía a la pescadora en un pulpo con intenciones bastante más libidinosas… siempre ha sido excitante profanar imágenes religiosas. Y supongo que la imaginación de los artistas de la época fue estimulada por factores como que tanto la palabra tako (pulpo) comoawabi (delicia marina recogida por las pescadoras) fueran sinónimos de “vagina” en el argot de la época. Por no hablar de que las ama (buceadoras y esposas de pescadores) trabajaban tradicionalmente semidesnudas, hasta el punto de que ciertos nobles, y en cierta memorable ocasión, un emperador, pagaban para verlas en acción, como en el grabado inferior de Yanagawa Shigenobu.

Grabado de Yanagawa Shigenobu

El texto que acompaña a El sueño de la mujer del pescador no deja dudas ni sobre el origen del grabado ni sobre el placer que siente la pescadora. El pulpo grande dice: “Me preguntaba cuándo, cuándo llegaría la hora del rapto, pero ese día ha llegado. Al menos ella ya ha caído en mis redes. Y digan lo que digan, es un coño de lo más rellenito y apetecible. Aun más que una patata. Chupar y chupar hasta saciarse, y luego llevármela al palacio del rey Dragón, y hacerla prisionera”. La buceadora susurra (elimino las abundantes onomatopeyas de gemidos y resoplidos): “Ah, este pulpo odioso, chupando la piel de la boca interior de mi útero hasta dejarme sin aliento, ¡que me corro! Con su boca prominente provoca mi vagina abierta. (…) ¡A ver! ¿Qué diríais, qué diríais si ocho piernas os abrazaran? Oh, está hinchándose adentro, las secreciones rezuman como agua hirviendo. Siento cosquillas, una tras otra hasta perder la cuenta, límites y barreras desaparecen… Ya estoy… ¡Me corro! ¡Me corro!” El pulpo pequeño, mientras tanto, parece más concentrado en su labor: “Cuando mi pariente haya acabado, también yo usaré mi boca prominente para restregársela desde su clítoris hasta su culo hasta hacer que se desmaye, y cuando vuelva en sí, volveré a hacérselo, je je”.

(Algún biólogo demasiado puntilloso para su propio bien podría precisar que los pulpos no están provistos de carnosos y suaves labios en la boca, sino de una especie de afiladísimo pico poco apropiado para el cunnilingus. También podría hacer notar, eso sí, que el pulpo es el único invertebrado que dispone de tejido eréctil: un pequeñísimo órgano llamado lígula en la punta de uno de sus tentáculos. Sólo nos queda agradecer que Hokusai no estudiase zoología).

Netsuke, tallado en marfil


No es solamente en los ukiyo-e donde podemos encontrar pulpos y mujeres en actitud más que cariñosa. Ya en el siglo XVII se fabricaban netsuke (pequeñas estatuillas de marfil) que empleaban este motivo: a veces de forma sugerida y en otras ocasiones de manera explícitamente sexual. Estos netsuke se empleaban a modo de broches de los que colgar monederos o bolsitas de los kimonos tradicionales, carentes por completo de bolsillos, y permitían añadir un toque de libertad y picardía en las decoraciones estrictamente reglamentadas de la vestimenta. En la actualidad se siguen produciendo muy buenosnetsuke, empleando marfil de mamut (ya que los elefantes son especie protegida), plástico o madera. Y en muchos de ellos siguen apareciendo variaciones del pasatiempo erótico preferido de la pescadora de Hokusai: piezas ideales para la colección de cualquier erotómano.

Hasta aquí la historia parece sencilla: una parodia erótica de una leyenda popular que ha quedado grabada en la psique oriental. Pero a partir del momento en que el motivo se extiende velozmente por el resto del mundo, siendo adoptado (como veremos) por artistas de muy diferentes orígenes y estilos, es válido preguntarse: ¿por qué parece tan adecuadaesta compenetración sexual entre pulpo y mujer? ¿Qué extrañas teclas pulsa esta imagen en el inconsciente colectivo?

No hace falta ser discípulo de Freud para establecer una analogía entre un tentáculo y un pene, pero el atractivo de la sexualidad cefalópoda va mucho más allá. Se puede aventurar que responde a una necesidad masculina (entiéndase este párrafo como metáfora de comportamiento sexual, no como estereotipo de género) de acariciar, multi-penetrar, poseer y, sobre todo, abrumar a la pareja sexual sublimando las propias limitaciones fisiológicas, permitiendo celebrar una orgía completa con sólo dos participantes. Complementariamente, responde a una necesidad femenina de ver estimuladas todas sus zonas erógenas por un amante omnipresente y simultáneo, en un larguísimo orgasmo con un fuerte componente de abandono, sea activo (la pescadora del netsuke que guía al pulpito hacia su vagina) o pasivo (como en el mismo grabado de Hokusai, en que las manos que se aferran a los tentáculos no buscan resistirse sino hallar puntos de apoyo). Sexo húmedo y lascivo, resbaladizo y apasionado, animal y primario.

3. Del sashimi de pulpo al pulpo a feira
El arte japonés fue empezando a introducirse en Occidente a partir de mediados del siglo XIX, influyendo poderosamente a muchos artistas de la época. El artículo fundacional "Japonismo", de Phillippe Burty, bautizó a este fenómeno artístico y cultural, que extendió sus tentáculos desde París a la mayoría de capitales europeas. Las influencias niponas se notaron con fuerza en autores como Van Gogh, Gauguin, Tolouse-Lautrec, Manet, Whistler… y Picasso. El 4 de noviembre de 2009 se inauguró en el Museo Picasso de Barcelona la exposición Imágenes secretas: Picasso y la estampa erótica japonesa, una muy cuidada y publicitada muestra, dirigida por Pepe Serra y comisariada por Malén Gual y Ricard Bru (investigador niponófilo cuyo excelente artículo Tentáculos de amor y muerte recomiendo encarecidamente). Tuve oportunidad de ver la exposición y asistir a alguno de los eventos complementarios organizados, y así seguir la pista a las influencias del grabado erótico oriental en Occidente.

Picasso llegó a Barcelona por primera vez en 1895, poco antes de su decimocuarto cumpleaños, en pleno auge del japonismo en la Ciudad Condal. Poco antes habían abierto las primeras tiendas especializadas en arte oriental, se había organizado una muy comentada exposición de objetos japoneses en el Paseo de Gracia, y en el café-restaurante Els Quatre Gats artistas como Santiago Rusiñol mostraban su querencia por las xilografías japonesas y fusionaban las influencias niponas con su propio arte. La cercanía de Picasso a los motivos japoneses continuó antes de cumplir los 20 años, cuando recibió el encargo (finalmente inconcluso) de dibujar un cartel para las actuaciones en París de la actriz Sadayakko, cuyo paso por Barcelona fascinó al mundo artístico de la época.

Dibujo erótico: Mujer y pulpo, de Pablo Picasso

No sorprende entonces que en Dibujo erótico: Mujer y pulpo, de 1903 (incluido en la exposición), Picasso represente a una mujer recibiendo un explícito cunnilingus de un calamar… Situación similar a la de la mujer estimulada por un improbable pescado de larga lengua en Le Maquereau. Es fácil deducir que las influencias japonesas recibidas incluyeron una buena ración del erotismo cefalópodo de Hokusai. Picasso fue un coleccionista de estampas eróticas japonesas: llegó a poseer 61 grabados de grandes artistas de ukiyo-e, como Kitagawa Utamaro o Nishikawa Sukenobu. Una hermosa colección mostrada en parte (19 estampas) por la exposición del Museo Picasso.

No fue Picasso el único artista de la época que se dejó impresionar por el poder de los tentáculos. Ya en 1880 el decadentista belga Félicien Rops había dibujado la pesadillesca obra El pulpo, en la que una especie de cefalópodo extraterrestre se introduce por la boca y vagina de una pobre mujer que se resiste a ello con todas sus fuerzas, recibiendo sangrientos picotazos. Una obra oscura, malvada y fascinante de la que pueden hacerse múltiples lecturas… Mi favorita: el pulpo como encarnación letal de las profundidades del inconsciente, que se apoderan de la mente racional y la superan, derribando y destruyendo lo que se cruce en su camino. El erotismo cruel de Rops nos permite asomarnos al lado más peligroso, salvaje y mortal de los pulpos, considerados al fin y al cabo como monstruos marinos en múltiples historias. Probablemente fue el mismísimo Víctor Hugo quien creó en su novela Les travailleurs de la mer el mito del poderoso pulpo asesino gigante que acecha en las profundidades…

Hace falta una cierta cantidad de imaginación para distinguir dos letras en el dibujo adjunto de Víctor Hugo, pero así fue bautizado: Pulpo con las iniciales V.H. Una forma de firmar su obra y, en cierto modo, identificarse con ese cefalópodo que es a la vez amenazante y subyugador, un peligro y una fuente de placer, una sublimación de fantasías de poder y un reflejo del miedo tanto a la muerte real como a la petite mort del sexo. Llegados a este punto, aprovecharé este espíritu demoniaco para saltar de Picasso y Víctor Hugo a la pornografía satánica hentai de mediados de los 80. Puede parecer un salto brusco, pero tiene todo el sentido del mundo si queremos continuar con cierta lógica esta exploración del erotismo tentacular…

4. Day of the Tentacle
En un instituto japonés, una profesora se dispone a castigar a una colegiala sexy mientras un chico torpe espía por un agujero en la pared… Pero lo que parece una versión nipona dePorky’s se convierte de repente en algo muy diferente cuando la mandíbula de la profesora se disloca y de ella emerge un larguísimo tentáculo carmesí con un ojo abierto en la punta. Con gran profusión de efectos de cámara y viscosos ruidos de fondo, ese tentáculo se introduce de repente en la vagina de la colegiala, seguido por otros muchos apéndices de menor tamaño que la desnudan, inmovilizan, acarician y penetran entre estallidos de líquido demoniaco de sospechosa textura espermática pero color lila brillante. Estamos en 1987, y miles de espectadores recogen sus propias mandíbulas del suelo al ver esta surrealista escena del anime Urotsukidoji (La leyenda del señor del mal).

Urotsukidoji, de Toshio Maeda


Toshio Maeda, el genial creador de Urotsukidoji, ha afirmado en varias entrevistas que si empezó a salpicar sus obras de tentáculos demoniacos no fue por un repentino impulso satánico ni como homenaje a El sueño de la mujer del pescador, sino por un motivo mucho más prosaico: la censura. La interpretación más habitual del artículo 175 del Código Penal japonés prohíbe dibujar penes, pero no contempla la censura de apéndices tentaculares de pulpos, aliens, demonios mitológicos, máquinas enloquecidas o mutantes radiactivos. Es un hecho conocido que la censura japonesa impuesta sobre el porno ha estimulado la imaginación de los dibujantes nipones hasta límites insospechados, pero éste quizá sea uno de los casos más dementes y curiosos. Y es que Maeda dio a luz, medio por casualidad, a un subgénero entero del hentai llamado shokushu zeme (literalmente, “tortura del tentáculo”), aunque se suela traducir en occidente como tentacle rape(“violación tentacular”). El éxito de la viscosa escena del anime de Urotsukidoji (no presente tal cual, por cierto, en el manga original) hizo que Maeda se diera cuenta de que había encontrado un filón a explotar con mangas eróticos como Demon Beast Invasion o el ya autoparódico La Blue Girl. Bautizado como “Tentacle Master” por sus fans, Maeda es un dibujante incansable, aún activo y famoso hoy en día a pesar del accidente que le inutilizó el brazo derecho en 2001.

L'imaginaire erotique au Japon, de Agnès Girard


Más allá de su espectacularidad gráfica, el shokushu zeme no deja de tener cierta lógica práctica. Un manojo de tentáculos prensiles pueden emplearse para lo mismo que unas manos (inmovilizar, desnudar arrancando la ropa a tirones, apretar los pechos, acariciar, abofetear…) y para lo mismo que un pene (arrojar líquidos de variado color y consistencia sobre la piel, penetrar por cualquier orificio corporal disponible…). Tal cantidad de usos prácticos reunidos en un solo juego de apéndices no se veía desde Eduardo Manostijeraso, para ser más precisos, su hermano en el mundo del porno Eduardo Manospenes(absurda película que algún día habrá que reivindicar, por cierto). Existe una diferencia probablemente significativa entre el shokushu zeme nacido en los 80 y el erotismo tentacular de Hokusai. En El sueño de la esposa del pescador no apreciamos nada en la expresión de la mujer ni en su lánguido abandono corporal que sugiera tortura ni violación, más bien al contrario: placer y sensualidad relajada, aunque sea en el transcurso parodiado de un “rapto”. ¿Reflejo de una sexualidad más abierta y sencilla en el periodo Edo que en nuestra época actual rebosante de tabúes y vergüenza? Según algunos autores (como la imprescindible escritora francesa Agnès Girard), la expresión torturada en los rostros de muchas mujeres asediadas por los tentáculos en el shokushu zeme moderno no viene tanto de que se estén sintiendo violadas o asaltadas, sino de la vergüenza máxima que les supone que se haga visible su excitación sexual. En una sociedad en la que es tabú (especialmente para las mujeres) mostrar públicamente las emociones, la liberación absoluta hacia el placer viene a través de una sumisión a una fuerza externa irresistible e inhumana, lo que permite abandonarse y gozar sin límites, aunque sea avergonzadamente. No es casual el rubor en las mejillas de la Blue Girl…

Un paréntesis tal vez necesario. En este contexto de shokushu zeme hablamos de fantasías de violación, no de violaciones reales: a quien tenga problemas para distinguir ambas se le podría preguntar si también confunde a Gregory House con Hugh Laurie. Por otro lado, estas fantasías son tanto masculinas como femeninas. En Estados Unidos causó una enorme polémica una portada del cómic Heroes for Hire, que mostraba a tres heroínas atadas y asediadas por tentáculos al más puro estilo tentacle rape. Muchos desconocedores de la peculiar sexualidad nipona escribieron artículos indignados contra el machismo del dibujante, la degradación de las mujeres… y se sorprendieron al enterarse de que la portada era obra de una mujer, la prolífica artista japonesa Sana Takeda, que recibió tan sólo la indicación de dibujar “una portada lo más sexy que pudiera”.


5. La mujer del pescador tiene un pulpo en cada puerto
El erotismo húmedo y tentacular que popularizó Hokusai está vigente no sólo en su vertiente más gamberra del shokushu zeme, sino como motivo artístico estimulantemente rico y variado, tanto dentro como fuera de Japón. Un repaso a algunos autores contemporáneos con querencia por el erotismo de los cefalópodos nos va a llevar desde Melbourne hasta Seattle, pasando por Tokio.


El sueño de la mujer del pescador, en la versión de David Laity


El artista australiano Daivid Laity creó en 2002 su propia versión del Sueño de la mujer del pescador, una deliciosa (y enorme) pintura que respeta la atmósfera desenfadada y lánguidamente erótica del original. El cuadro causó un enorme escándalo al ser elegido por la galería Metro 5 de Melbourne como parte del escaparate de una exposición de Leity: la policía recogió denuncias de vecinos escandalizados (que llegaron a arrojar piedras contra la galería) y consultó a expertos legales sobre la posibilidad de censurar el cuadro. Pero afortunadamente el cefalópodo continuó complaciendo a la pescadora hasta el final de la exposición. Algo diferente es la versión del artista japonés Masami Teraoka, un inclasificable pintor cuyas primeras acuarelas, formalmente inspiradas en el ukiyo-e, mezclaban irónicamente modernidad y tradición, Oriente y Occidente, realidad y fantasía: hamburguesas de McDonalds invadiendo los cielos de Japón, samurais asediados por teléfonos móviles, geishas enfermas de sida… Su acercamiento al pulpo de Hokusai, una obra llamada Sarah and the Octopus/Seventh Heaven, muestra formas más estilizadas, una postura más extrema de la pescadora a la que ya no podemos ver el rostro pero que tiene un aire inequívocamente occidental, y algo que parece un condón femenino sostenido en la mano derecha. Una parodia de un grabado que ya era paródico en su origen: una metaparodia que no resulta ridícula sino fascinante. Como fondo, otro guiño: unas olas que recuerdan poderosamente al famoso tsunami de Hokusai… Lo moderno y lo tradicional se dan la mano. O el tentáculo.

Esas mismas olas hokusianas aparecen en alguna imagen del también tokiota Yuji Moriguchi, que interpreta a su manera el motivo cefalópodo convirtiendo a la pescadora en una atractiva nadadora embarazada rodeada de tentáculos. O, en otro significativo dibujo, descubre un indudablemente fetichista uso del pulpo vivo como masajeador podal. Aconsejo vivamente seguir el rastro a este pintor y mangaka (bajo el seudónimo “Namida Zubon”), cuyos trabajos no sólo pueden verse habitualmente en exposiciones y galerías de Tokio y París, sino también en el imprescindible libro ilustrado L’imaginaire erotique au Japon, de la ya mencionada escritora Agnés Girard.

Fotografía de Daikichi Amano


La fotografía artística permite llevar a la realidad (o al menos al fotorrealismo) este resbaladizo fetichismo tentacular. Por ejemplo, en alguna de las fotografías del estadounidense Kevin Hurdsnurscher podemos encontrar sensuales e inquietantes imágenes que mezclan elementos propios del mundo del fetichismo sadomasoquista (tacones altos, cuerdas, posturas forzadas) con un cierto erotismo lovecraftiano de lésbicos besos tentaculares. Los Antiguos están entre nosotros, y no buscan devorarnos sino ofrecernos su amor viscoso. Y por supuesto, este repaso a los artistas contemporáneos que han empleado cefalópodos como imaginería erótica no estaría completo sin mencionar al perturbador tokiota Daikichi Amano: fotógrafo, editor, columnista, productor y pornógrafo. Basándose tanto en la iconografía mitológica japonesa como en sus propias fantasías, Amano produce fotografías y vídeos eróticos en los que abundan pulpos, ranas, anguilas, escorpiones o gusanos, entre otras delicatessen culinarias. Sí, culinarias: Amano sólo emplea para sus fotos animales destinados al consumo humano, y tras cada sesión fotográfica ofrece un banquete a su equipo con los bichos del día. Por si alguien siente curiosidad, la modelo Spring Bliss, habitual en muchas fotos de Amano, comentó en cierta ocasión que los escorpiones tienen un sabor muy similar al de las gambas, y que los escarabajos resultan “deliciosamente sanos” aunque sus entrañas desprendan un fuerte olor parecido al del semen. Sin duda Spring haría buenas migas con el protagonista de Old Boy.


Dibujos de Yuji Moriguchi


Resulta muy instructivo (además de divertidísimo) leer entrevistas con Amano, ya que alterna tanto reflexiones acerca de su arte como curiosas anécdotas sobre sus sesiones. En cierta ocasión se declaró un incendio en el edificio contiguo a su estudio, y tanto Amano como sus modelos y el resto del equipo salieron corriendo a la calle… pero cubiertos de abundante sangre, restos de entrañas y fragmentos de tentáculos. La reacción tanto de los transeúntes como de los bomberos debió ser digna de verse. Amano considera que la división entre pornografía y arte no tiene sentido: lo que importa es la potencia de la imagen y las sensaciones que provocan sus escenas tanto en el espectador como en sus modelos (generalmente mujeres, aunque también tiene fotos con modelos masculinos). Destaca la potente sensación física que produce un tentáculo en contacto con la piel desnuda: un roce resbaladizo que despierta una mezcla de sorpresa, miedo y excitación. Y es que a pesar de lo decididamente macabro de alguna de sus imágenes, Amano ve sus obras como algo “divertido, lascivo y hermoso”; un erotismo transgresor y fascinante que haría enrojecer al mismísimo Cthulhu. Un recorrido exhaustivo por el erotismo tentacular debería llevarnos a hablar de las exquisitas perversiones sadomasoquistas de Toshio Saeki, las provocadoras ninfas de la neoyorquina Lisa Alisa, la sencilla elegancia de Jessica McCourt, los cuadros submarinos de Svetlana Valueva, las turbadoras fotografías de Gilles Berquet, la pornografía arty de Hajime Sawatari… Incluso las eróticas pamelas en forma de pulpo del matrimonio de Los Ángeles Kozyndan. Pero el espacio de que disponemos es limitado y la profundidad de los mares infinita…


6. En el fondo del mar
Dudo que Hokusai imaginara que con su parodia erótica de una leyenda popular iba a despertar este Kraken de erotismo que se ha ido extendiendo por todo el planeta. Y sin embargo es innegable que su obra alcanzó algún lugar oculto del inconsciente colectivo erótico que ha ido resonando a lo largo de los siglos. Sólo queda despedir el artículo antes de salir a cenar un delicioso pulpo a la gallega con cachelos. Y lo haré recomendando precaución: del mismo modo que comerse un pulpo vivo estuvo a punto de asfixiar al actor Min-sik Choi, follar con otro cefalópodo por poco causó graves daños (sin especificar) a la pareja de performers holandeses Zoot & Genant. ¡Que el espíritu de Hokusai os acompañe y tengáis sueños húmedos con Cthulhu esta noche!

jueves, mayo 26

El enamorado. Leonora Carrington + *


http://www.youtube.com/watch?v=NDDc650j-zM
Paseando al anochecer por una callejuela, hurté un melón. El frutero, que estaba escondido detrás de sus frutas, me atrapó por el brazo: “Señorita, me dijo, hace cuarenta años que espero una ocasión como ésta. Cuarenta años que me la paso escondido detrás de esta pila de naranjas con la esperanza de que alguien me arrebate una fruta. Y le digo por qué: necesito hablar, necesito contar mi historia. Si usted no me escucha, la entregaré a la policía.”
“Le escucho”, dije yo.
Me tomó del brazo y me llevó al interior de su tienda entre frutas y legumbres. Pasamos por una puerta, al fondo, y llegamos a un cuarto. Había allí un lecho en el que hacía una mujer inmóvil y probablemente muerta. Me pareció que debía estar allí desde hacía mucho tiempo pues el lecho estaba todo cubierto de hierbas crecidas. “Lo riego todos lo días”, dijo el frutero con aire pensativo.
“En cuarenta años nunca he llegado a saber si estaba muerta o no. Nunca se ha movido, ni hablado, ni comido durante ese lapso; pero lo curioso es que sigue estando caliente. Si usted no me cree, mire”. Y entonces levantó un ángulo de la cobija, lo que me permitió ver muchos huevos y algunos polluelos recién nacidos. “Usted ve, es el modo que utilizo para incubar los huevos (también vendo huevos frescos)”.
Nos sentamos a cada lado del lecho y el frutero comenzó a hablar: “La quiero tanto, créame. La he querido siempre. Era tan dulce. Tenía unos piesecitos ágiles y blancos. ¿Quiere usted verlos?” “No”, dije yo.
“En fin”, continuó diciendo con un profundo suspiro, “era tan hermosa. Yo tenía cabellos rubios, ella hermosos cabellos negros (ahora, los dos tenemos cabellos blancos). Su padre era un hombre extraordinario. Tenía una gran casa en el campo. Se dedicaba a coleccionar costillas de cordero. Por ese motivo llegamos a conocernos. Yo tengo una especialidad: sé desecar la carne con la mirada. El señor Pushfoot (ése era su nombre) oyó hablar de mí. Me invitó a su casa para desecar sus costillas a fin de que no se pudrieran. Agnes era su hija. Fue un amor a primera vista. Partimos juntos en barco por el Sena. Yo remaba. Agnes me hablaba así: “Te quiero tanto que vivo sólo para ti”. Y yo le decía lo mismo. Creo que es mi amor lo que la mantiene cálida; quizás está muerta, pero el calor persiste”. – “El año próximo”, prosiguió con la mirada perdida, “sembraré algunos tomates; no me asombraría que se desarrollaran bien allí dentro.” – “Caía la noche y no se me ocurría dónde pasar nuestra primera noche de bodas; Agnes se había vuelto pálida, muy pálida por la fatiga. Finalmente, apenas salimos de París, vi una cantina que daba sobre la orilla. Aseguré el barco y penetramos por la galería negra y siniestra. Había allí dos lobos y un zorro que se paseaban a nuestro alrededor. No había nadie más”.
“Llamé, llamé a la puerta que encerraba un terrible silencio. “Agnes está muy fatigada, Agnes está muy fatigada”, gritaba yo lo más fuerte que podía. Finalmente una vieja cabeza se asomó por la ventana y dijo: “No sé nada. Aquí el patrón es el zorro. Déjeme dormir: usted me fastidia.” Agnes se puso a llorar. No quedaba otro remedio: tenía que dirigirme al zorro. “¿Tiene usted camas?” le pregunté varias veces. No respondió nada: no sabía hablar. Y de nuevo la cabeza, más vieja que antes, que desciende suavemente desde la ventana, atada a un cordoncito: “Diríjase a los lobos; yo no soy el patrón aquí. Déjeme dormir, por favor”. Acabé por comprender que esa cabeza estaba loca y que no tenía sentido continuar. Agnes seguía llorando. Di varias vueltas alrededor de la casa y al fin pude abrir una ventana por la que entramos. Nos encontramos entonces en una cocina alta; sobre un gran horno enrojecido por el fuego había unas legumbres que se cocían solas y saltaban por sí mismas en el agua hirviendo; ese juego las divertía mucho. Comimos bien y después nos acostamos sobre el piso. Yo tenía a Agnes en mis brazos. No pudimos dormir ni un minuto. Esa terrible cocina contenía toda clase de cosas. Una enorme cantidad de ratas se había asomado al borde exterior de sus agujeros, y cantaban con vocecitas aflautadas y desagradables. Había olores inmundos que se inflaban y desinflaban uno tras otro, y corrientes de aire. Creo que fueron las corrientes de aire las que acabaron con mi pobre Agnes. Ya nunca más se recobró. Desde ese día habló cada vez menos”.
Y el frutero estaba tan cegado por las lágrimas que no tuve dificultad en escaparme con mi melón.

*Tomado de “Antología de la poesía surrealista”. Aldo Pellegrini (Editorial Argonauta), Barcelona-Buenos Aires, 1981. Traducción de Aldo Pellegrini del libro de Leonora Carrington “La Dame Ovale” (1939, París)

domingo, mayo 15

Cenizas (o de X y Y). Ana Paulina Gutiérrez *

Salió de su casa con el vestido de flores que tanto le gustaba. Mientras caminaba por las calles pensaba en lo mucho que le dolía la idea de nunca más hacer el amor con X. Simplemente no volvería a besarlo, ni a tocar esa piel que tanto le gustaba. No volvería a meter las manos entre su cabello. Jamás volvería a ver la imagen de X besando su cuerpo y deteniéndose en los rincones que nadie más había percibido. “¿Qué tiene un brazo de especial? ¿Por qué se queda tanto tiempo besando y mordiendo mi brazo?” Rara y dulce forma de coger.
Así que era hora de buscar otros cuerpos que la hicieran olvidarse de él. ¡Había muchos! Eso no sería problema. Lo difícil había sido ponerse el vestido y salir a las calles a arrojar las cenizas del muerto.
Caminó por ahí un buen rato, hasta que por fin encontró a alguien: sentado en un bar absolutamente decadente, con el cuerpo echado para atrás en la silla de metal, Y fumaba una pipa que le daba el toque patético necesario para ser el elegido. Cruzaron las miradas y ella no se atrevió a sentarse en la mesa de al lado. Dio una vuelta a la manzana pensando que era una locura. Apenas hace 10 minutos había hecho el último intento por vincularse con X. Unos mensajes de texto que trataban de frenar la quema del muerto, pero que como siempre le dejaban el corazón escurriendo. Si al menos X le hubiera dicho que quería verla…pero no. Así que el funeral tendría que llevarse a cabo.
Se quedó en la esquina dudando de sus pasos. No se atrevía a acercarse. En esas estaba cuando sintió que alguien la tomó del brazo. Era Y. La había seguido en su vuelta a la manzana y muy probablemente había notado sus intenciones y dudas. Ella lo miró con ojos temerosos y él sólo sonrió y la beso en la mejilla. Un beso tétrico. Caminaron hacia la entrada de un edificio que parecía abandonado. Sofía sintió escalofríos, el miedo la paralizaba, le impedía zafarse de las manos gruesas de Y. Cualquier cosa podía pasarle por sus ganas de matar al “casi-muerto”, quemarlo y hacer volar sus cenizas hacia el infinito.
Respiró profundo: “Los pensamientos fatalistas son una forma de autodestrucción de mi libertad, yo misma saboteo las oportunidades de tener experiencias nuevas, es un patrón de conducta que... ¡Auch!” Por estar pensando todas esas pendejadas no se dio cuenta de que el tipo había comenzado a morderle el cuello mientras metía las manos bajo el vestido. Trató de concentrarse en la sensación de esas manos ásperas en sus muslos. Sintió como le arrancaba las bragas de un solo tirón y entonces se excitó muchísimo. Comenzó a besarlo y a morder sus labios mientras metía las manos entre su cabello chino. La penetró de una sola vez y ella lanzó un gemido que se acompañó de un eco macabro. Él estaba decidido a no parar y ella a no dejar que lo hiciera. Sofía no tardó mucho en sentir un orgasmo intenso, y después otro y otro. Ahí, en plena entrada de un edificio solitario, con un desconocido. “Como escena de película porno de baja producción”. Estuvieron ahí durante horas. Pararon sólo cuando escucharon unas voces bajando las escaleras del edificio. No había más remedio. Ella recogió su vestido del piso y se lo puso encima. Era hora de irse. Miró a Y en la penumbra con una mirada dulce y le dio un beso de despedida. No se dijeron ni una sola palabra.
Iba feliz de regreso a casa, llena de lodo, con la sangre concentrada en las mejillas, con las marcas de los colmillos de Y en el cuello. Se veía hermosa. Se descubrió a sí misma cantando. Ella no se dio cuenta, pero ¡se le había salido X de la cabeza!, del corazón ahora cuajado. Abrió la puerta de su casa y subió las escaleras silbando. Se acostaría a dormir pensando en Y: su desconocido de manos ásperas. Al llegar a su recamara la sonrisa se le borró del rostro. Fue entonces que se dio cuenta que se le había salido el muerto del alma. Las cenizas habían volado por los aires. La habían seguido de regreso a casa. Lo notó cuando vio sobre la cama una pila de polvo negro. Las cenizas estaban ahí. En el lado derecho de la cama, donde X seguía viviendo desde el día que se fue.
 * Foto de Sara Ellis.

lunes, abril 18

Reina maple. Ana Paulina Gutiérrez*

Atravesó el lugar con pasos húmedos y sonoros. Su silueta grande y perfecta quebró el aire viciado y saturado por los cuerpos vaporosos que se congregaban ahí, huyendo de la lluvia. Antes que ella, había un viejo esperando mesa. La pelirroja no lo notó y se adelantó ocupando la única disponible. El mesero la recibió con una sonrisa tan grande que parecía haberse sacado la lotería. Su primera conquista. ¿O acaso la primera fui yo? La noté desde el momento que puso la primera de sus zapatillas de princesa gitana en el piso enlodado del restaurante. Me perdí en su cabello rojo. Caoba de ensueño, “Pelo de yegua pura sangre”, pensé. Se sentó en un rincón, junto al frigorífico. Apenas y cabía ahí. Recordé el pasaje de Alicia en el país de las maravillas, cuando crece tanto que sus brazos y sus piernas salen por puertas y ventanas. “¡Alicia! ¡Qué hermosa es!”, pensé. El viejo refunfuñó mientras esperaba que otros desocuparan otra mesa. No fue capaz de decir una sola palabra, cedió su turno a Alicia. La odiaba pero no dejaba de mirarla en silencio, con deseo.
Los meseros comenzaron a desfilar a su alrededor, entre risas cómplices y miradas lujuriosas que Alicia ni siquiera notaba. Un proveedor que esperaba el pago en la caja la miraba con los ojos desorbitados. Quería estar dentro de ella. ¡Seguro! Se acercaba como si pudiera penetrarla con la mirada. Ella conversaba con él sin ningún problema, haciendo crecer el deseo del hombre, infinitamente feo y excitado. Por un momento pensé que ella lo notaría y le daría un golpe seco. O quizá se lo comería, abriendo su boca carnosa, anaranjada en color y perfume. Pero no, simplemente se cerró un poco el cierre de la chaqueta y giró hacia el mesero para ordenar. Su voz gitana me atrapó y me llevó volando a los jardines de la Alhambra. Logré sentir los vientos fresquitos de la mañana y el olor a flores. ¿Será andaluza?
Ella se arreglaba el cabello mientras se acomodaba en la silla. Por un instante nuestras miradas se encontraron y me di cuenta que un segundo antes estaba mirándole las tetas. Me avergoncé, pero no pude dejar de mirar. A ella pareció gustarle la idea y se quitó la chaqueta de cuero negra. “¡Pero qué calor!” Eso fue un flechazo de cupido, un arponazo directo al corazón paralizado. Una puñalada a traición. Estaba ahí la mujer de mis sueños. La pelirroja de Grenouille, con esa piel lechosa, con el olor de las flores y la grasa y con esa esencia única en el cabello rojo. En un segundo mi nariz estaba en su nuca, hundida en ese otoño absolutamente acariciable. Mis manos recorrían su espalda, comenzando por los hombros desnudos, solo cubiertos por las pecas que hacían de estrellas en un cielo totalmente blanco, apocalíptico. Trataba de atrapar su aroma con mi boca ansiosa, la nariz no me alcanzaba. Mi lengua descubrió que su piel sabía a miel de maple. ¡Claro! Eso era, un maple, una reina de maple. Me perdí en su cuello, lo llené de besos húmedos y mordidas desesperadas hasta erosionarlo. Mis manos ahora estaban en esas tetas que me habían llamado bajo la blusa de algodón casi transparente. Eran perfectas, un sueño. No pude esperar más y comencé a besarlas, también sabían a maple. Ella me miraba con sus ojos almendrados, y de pronto se convirtió en una vikinga. Tomó mi cabeza entre sus manos y me besó con una suavidad irreal. Parecía conocer mis labios desde hace siglos. Su boca también sabía a maple y a azahares. Movía su cuerpo como agitada por el viento, tirando flores y perfumando el aire a cientos de kilómetros. Me había tomado en sus brazos-ramas y me mecía a su ritmo. Al ritmo de los maples otoñales.
De pronto escuché una voz “¿Arroz o spaguetti?” Me encontré con la cara del mesero sonriente. No se imaginaba la tragedia que había provocado. Él solo hacía su labor. Irrumpió en mi sueño otoñal rompiéndolo en millones de fragmentos irrecuperables. La gitana seguía ahí, junto al frigorífico, con su chaqueta de cuero, sus vaqueros y sus zapatillas de princesa, devorando unos tacos y escurriendo salsa por las comisuras de los labios mientras hablaba de cerquita con el hombre feo de la barra. Se había convertido en un dragón. Ya no era más mi Alicia, ni tampoco la vikinga que me mecía en sus brazos de árbol rojo. Había dejado de ser la reina maple y no volvería a serlo.
* Imagen de Gladys Fretes

sábado, abril 9

El dedo. Ana Paulina Gutiérrez*



Se pasó toda la noche observando su dedo. Pensaba cuánto tiempo le hubiera llevado a él crear un objeto así, con esas arruguitas en la panza que lo hacían ver tan cómico, tan poco sensual. El camuflaje perfecto. Cuántas noches habría pasado en vela para darle esa forma alargada y esos movimientos: de arriba abajo, de lado a lado, en círculos. Cuántos bocetos habría tenido que hacer para llenarlo de venas, de tendones, de huesos. Para forrarlo con piel. No sabía si existía un dios, pero sabía que la idea del índice era magnífica. Quién lo había creado era un genio. ¡Todo lo que podía hacer ese dedo! Era una maravilla.

Tenía diez dedos en las manos, sí, pero el índice de la mano derecha era insuperable. Lo sabía ahora más que nunca, después de haber estado jugando dentro de la vagina de Ángela. No es que no lo hubiera hecho antes con otras mujeres, pero lo de hace un rato había sido magia. Ángela tenía una potencia sexual increíble, bastaba con que lo mirara a los ojos para que él se encendiera y se clavara a mordidas en su cuello largo. Ángela era tan receptiva a sus caricias que él se olvidaba de su propio cuerpo cuando hacían el amor. El placer estaba en ella, en su piel suave, color miel, en esas formas redondas que se movían en la cama como reptando. Le fascinaba la sensación de enredarse en sus piernas largas, para después abrirlas con suavidad, y encontrarse con ese sexo dulce que lo hacía perderse. Era como un mar cálido en dónde sólo se escuchaba la voz de la sirena, mientras él recorría sus labios con la lengua, hacía círculos imparables en el clítoris, apretaba los muslos con sus manos ásperas. Siempre era un placer, siempre. Pero ayer sucedió algo que lo llevó al límite.

Comenzó a tocar apenas con las puntas de los dedos las ingles de Ángela y por segundos abandonaba el clítoris para besar y lamer la piel erizada del abdomen. Era como conquistar territorios, volverse poderoso en el sometimiento ritual de la sirena. Fue sumergiendo su dedo índice en la vagina cálida de Ángela, al mismo tiempo que chupaba suavemente su clítoris. Ángela comenzó a mover el pubis mientras sus manos se perdían en la cabellera de Diego. Apretaba su cabeza en un gesto de amor, pero también como una orden para que no se detuviera. Gemía como una sirena-bruja. Cerraba los ojos y se retorcía como una serpiente. Los movimientos del dedo se hicieron más intensos dentro de aquella vagina ahora ardiente e inundada. Diego levantaba la mirada de vez en cuando para encontrarse con la imagen ultra afrodisiaca del rostro agonizante de Ángela.

De pronto sintió otro dedo índice cerca de su boca. Era el de Ángela. Ahora ese dedo también reptaba sobre el terreno que Diego suponía conquistado. Se metió dentro de su boca, toco su lengua en movimiento, toco el clítoris hinchado y húmedo y después fue bajando despacio para meterse en la vagina y encontrarse con el otro índice ahí dentro. Diego estaba atónito. Tenía la erección más grande en la historia de la humanidad. De pronto dejó de mover su dedo, se sintió pequeño frente al acto heroico de Ángela. Pero ella con una pericia increíble, enganchó su dedo al de Diego y comenzó a acariciarlo. Bailaban un tango ahí dentro. Los gemidos de Ángela invadieron el cuarto, la casa, el edificio, el barrio. Diego no podía parar de darle placer y su pene seguía creciendo, iba detrás de los gemidos de Ángela. Se ahogaron juntos en un grito jamás escuchado. Agotados cerraron los ojos y se quedaron dormidos con los dedos enganchados ahí dentro. Cuando Diego despertó, Ángela se había ido. Pero había dejado su perfume impregnado en su índice, como un regalo. Y entonces él, se pasó toda la noche observando su dedo.

*Oleo de He Hua