domingo, mayo 15

Cenizas (o de X y Y). Ana Paulina Gutiérrez *

Salió de su casa con el vestido de flores que tanto le gustaba. Mientras caminaba por las calles pensaba en lo mucho que le dolía la idea de nunca más hacer el amor con X. Simplemente no volvería a besarlo, ni a tocar esa piel que tanto le gustaba. No volvería a meter las manos entre su cabello. Jamás volvería a ver la imagen de X besando su cuerpo y deteniéndose en los rincones que nadie más había percibido. “¿Qué tiene un brazo de especial? ¿Por qué se queda tanto tiempo besando y mordiendo mi brazo?” Rara y dulce forma de coger.
Así que era hora de buscar otros cuerpos que la hicieran olvidarse de él. ¡Había muchos! Eso no sería problema. Lo difícil había sido ponerse el vestido y salir a las calles a arrojar las cenizas del muerto.
Caminó por ahí un buen rato, hasta que por fin encontró a alguien: sentado en un bar absolutamente decadente, con el cuerpo echado para atrás en la silla de metal, Y fumaba una pipa que le daba el toque patético necesario para ser el elegido. Cruzaron las miradas y ella no se atrevió a sentarse en la mesa de al lado. Dio una vuelta a la manzana pensando que era una locura. Apenas hace 10 minutos había hecho el último intento por vincularse con X. Unos mensajes de texto que trataban de frenar la quema del muerto, pero que como siempre le dejaban el corazón escurriendo. Si al menos X le hubiera dicho que quería verla…pero no. Así que el funeral tendría que llevarse a cabo.
Se quedó en la esquina dudando de sus pasos. No se atrevía a acercarse. En esas estaba cuando sintió que alguien la tomó del brazo. Era Y. La había seguido en su vuelta a la manzana y muy probablemente había notado sus intenciones y dudas. Ella lo miró con ojos temerosos y él sólo sonrió y la beso en la mejilla. Un beso tétrico. Caminaron hacia la entrada de un edificio que parecía abandonado. Sofía sintió escalofríos, el miedo la paralizaba, le impedía zafarse de las manos gruesas de Y. Cualquier cosa podía pasarle por sus ganas de matar al “casi-muerto”, quemarlo y hacer volar sus cenizas hacia el infinito.
Respiró profundo: “Los pensamientos fatalistas son una forma de autodestrucción de mi libertad, yo misma saboteo las oportunidades de tener experiencias nuevas, es un patrón de conducta que... ¡Auch!” Por estar pensando todas esas pendejadas no se dio cuenta de que el tipo había comenzado a morderle el cuello mientras metía las manos bajo el vestido. Trató de concentrarse en la sensación de esas manos ásperas en sus muslos. Sintió como le arrancaba las bragas de un solo tirón y entonces se excitó muchísimo. Comenzó a besarlo y a morder sus labios mientras metía las manos entre su cabello chino. La penetró de una sola vez y ella lanzó un gemido que se acompañó de un eco macabro. Él estaba decidido a no parar y ella a no dejar que lo hiciera. Sofía no tardó mucho en sentir un orgasmo intenso, y después otro y otro. Ahí, en plena entrada de un edificio solitario, con un desconocido. “Como escena de película porno de baja producción”. Estuvieron ahí durante horas. Pararon sólo cuando escucharon unas voces bajando las escaleras del edificio. No había más remedio. Ella recogió su vestido del piso y se lo puso encima. Era hora de irse. Miró a Y en la penumbra con una mirada dulce y le dio un beso de despedida. No se dijeron ni una sola palabra.
Iba feliz de regreso a casa, llena de lodo, con la sangre concentrada en las mejillas, con las marcas de los colmillos de Y en el cuello. Se veía hermosa. Se descubrió a sí misma cantando. Ella no se dio cuenta, pero ¡se le había salido X de la cabeza!, del corazón ahora cuajado. Abrió la puerta de su casa y subió las escaleras silbando. Se acostaría a dormir pensando en Y: su desconocido de manos ásperas. Al llegar a su recamara la sonrisa se le borró del rostro. Fue entonces que se dio cuenta que se le había salido el muerto del alma. Las cenizas habían volado por los aires. La habían seguido de regreso a casa. Lo notó cuando vio sobre la cama una pila de polvo negro. Las cenizas estaban ahí. En el lado derecho de la cama, donde X seguía viviendo desde el día que se fue.
 * Foto de Sara Ellis.

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