Sumi-e |
I
Le destrocé el ombligo para que dejara de pensar y percibir el mundo a través de él. A pesar de lo imprevisto que pudiera parecer esta acción, era una rutina conocida por los del barrio Hormiga, por un 69% al menos. Tan previsible, que aburría. Siempre el mismo procedimiento, paso a paso. Honestamente, no me gusta nada la incertidumbre. No por ello dejo de ser atento y amable, pero ya todos saben mi modo de cortar un pequeño pedazo de piel. Todos los días lo mismo, sin ir más allá. Un poco más de carne en mis manos y sería un criminal.
El día era sólo eso:
el día. Nada que hacer. Sentarme, ensimismándome, sin ni siquiera la
interrupción de comerciales. Sólo la espera. La espera de la noche. Eso lo
hacía agradable. Tenso, pero sin prisas. A veces dormido, a veces sólo apagado.
Era una larga espera, ya que la inactividad eterniza los momentos y te ayuda a
estar atento. Practicar los verbos o
ver a otros practicarlos -como a las hormigas sin dejar de trabajar o a la televisión
emitiendo mensajes sin parar- te borra
los segundos, las horas, días y los años sin que te percibas de ello.
Pocos aguantan mi
silencio y me visitan de rápido. Pero otros me hacen charlar un rato,
generalmente el tema es la justicia. Tratan de convencerme de que la justicia
existe, no se para qué.
-¡Vamos Daniel!
¡Viejo! Debemos buscar la justicia, acercarnos lo más que podamos a ella. Eso
le da sentido a la vida.- alega mi vecino más cercano y más latoso. Hoy luce
muy bien con su uniforme de policía, parece que por fin lo lavó. A quién quiere
engañar.
-La justicia no es normal, acaso es justo que los
pájaros se coman a los gusanos, pero vaya, es lo natural.- conteste esta vez. Así
mis visitas se alimentan de mi espera. Les da seguridad, pues saben que siempre
encontraran todo igual, todo en la misma posición, sin sorpresas ni cambios. La
paz y tranquilidad.
Pronto anochecería...
Aunque todas las
noches eran del mismo tono, eran muy distintas a los días. Solía caminar
indistintamente por muchas calles, recorriendo los antros de la ciudad, y una
que otra iglesia cuando la hallaba abierta. En ellas pasaba horas sentado, pero
a diferencia del día, tenía un objetivo: seleccionar a la persona a “seducir”.
Hombre o mujer, eso no importaba; lo que importaba era aquello en la cintura
que no tenía utilidad. En su asiento, no miraba las imágenes, todas esas
divinidades, serenos en su dolor, inmóviles en su devoción eran deformemente
perfectos. Dedos alargados en cuerpos esbeltos pero sin ombligo seguramente.
Cuando los crearon, el pintor ni siquiera ha de haber pensado en ese detalle.
El Cristo sí lo
tenía. Sólo uno de ellos en toda esa iglesia. Pero si lo tenía. Ese sí era
Dios. El ombligo es el centro de todo el cuerpo a lo largo y a lo ancho. Todos
lo tienen. Habrá quien no tenga cabello, o quien no tenga manos, piernas o haya
perdido un ojo, no oiga, o que naciera sin una oreja, o sin un pedazo de labio,
o mujeres occidentales que les quitaran el busto y a las orientales el
clítoris, o se te pueden caer las uñas, o quedarte sin rostro si se quema,
tener un corazón postizo, o cantar sacando aire de la panza si te falta un
pulmón, o perder pedazos de tu carne en los vientos más helados, o... , o... ,
o... , pero todos, todos sin excepción, TODOS TENEMOS OMBLIGO... hasta Dios.
La única marca que
nos remite que alguna vez no estuvimos solos. Es el sello que quedo tras ser
terminada nuestra creación y la insuperable superación. El refugio de la cueva
materna que alguna vez existió queda plasmado para siempre. Es la porción del
cuerpo que termina siendo el recuerdo
y nada más.
Ese momento en que la
mujer da a luz, y el quinto día en que Dios hizo al hombre y lo quería para sí.
Quitarle a la gente su ombligo no tiene importancia, ni siquiera se explota su imagen
comercialmente. Pero para mi tiene un valor inconmensurable, era estúpido como
era lo único que tenía importancia.
En fin, en las noches
las iglesias y los antros tienen algo en común: seres con un profundo dolor
dispuestos a embriagarse con cualquiera. Y aquí estoy para guiarlos en su
ritual de olvido. Para sentir que no son unos imbéciles por una noche; e
imaginar que son queridos por extraños.
-Si no quieres estar
conmigo en la tristeza, ‘ta bien, no me acompañes; pero no me pidas que este
contigo en la alegría como si nada.- gritaba una chupitos. Suavizar el dolor en
las noches frías, no es tan difícil, sólo hay que vivir intensamente el momento
desapareciendo todo pasado-futuro. Diluyendo el tiempo en sorbos de alcohol no
pesa tanto existir.
Lugares como El
Escarabajo, el 42, el 14 con su olor a mierda y sexo consumado eran ideales
para mi empresa. Esos ojos. Esas pláticas donde se finge que son
interesantísimas, con tal de que sean el preludio y la llave para los cuerpos.
Pitos y colas por todas partes. Variedad a escoger, sólo hay que llegar al
lugar indicado. Si no tienes suerte por lo menos te tortean sabroso. Rico. ¡Qué rico es desinhibirse! Chupar aquí,
chupar allá... Las cervezas son tan baratas... Y mientras bailas te desnudan
por lo menos una docena de pares de ojos. Variedad: hombres, mujeres, travestis,
transgéneros, transexuales. Aquí todos son iguales, las prostitutas y amas de
casa actúan del mismo modo. Falos que hacen honor a Dionisio sin saberlo. ¿Los
ves? Derraman su líquido, cooperando para conservar el olor a orines en el
lugar, justo lo que necesitaba –sentirme como en casa-. Aquellos otros riegan
su esperma en la mesa de tanto masturbarse. -¡Más! -¡más! -¡más! gritan otros.
Pero no es una orgía, hasta eso hay respeto por los pósteres. ¿Será posible?
¿De veras existen penes de ese tamaño? Debe ser truco de fotografía.
-¡Melisea necesita cinco
voluntarios! ¡Cinco!, ¡usted!, ¡usted!- señalando a diferentes caballeros que
comienzan a subir. -¡Melisea necesita dos voluntarios más! ¡Usted también!- me
señaló también. No tuve más remedio que subir y coger con esa puta codeándome
con los otros seis. Me apuré para ser yo quien la penetrara por detrás. Dimos
un buen espectáculo.
Todos hemos de
recibir por lo menos un apretón, una caricia. Aquellos videos donde una mujer
con enormes chichis penetraba un hombre por detrás, resultaba de lo más
excitante. La humedad, el ambiente, eran ideal para mis propósitos. Mientras en
la mesa de a lado una tipa practicaba el sexo oral con el pene que se encontró,
yo sólo quería el ombligo de esa noche.
-¡Daniel! ¡Daniel!
¡Daniel EN VERDAD NECESITA un!... ¡OMBLIGO! Sólo uno. ¡Uno solo! ¡Sólo un
ombligo por noche!- La más fea seguro me
dice que sí. Espero. -¡Uno por noche! ¡Cada noche un donador distinto! ¡¿Quién
es el o la afortunada de esta noche?! ¡¿Quién?! ¡UN OMBLIGO!- gritó el maestro
de ceremonias del circo que se convirtió ese antro.
II
Cada noche una
persona distinta. Embriagados de placer. Nunca los vuelvo a ver, ¿para qué?
Nunca me olvidaran, la marca en su piel es por siempre.
Tristes o no me siguen
porque, quizás en el fondo les ayudo con un poco de güisqui, vino, cerveza,
mezcal, pulque o lo que tenga -quién rechaza un trago gratis-, a mostrar esa
lágrima que siempre evitaron derramar. Y así sería: pero de piel. Un lento beso
en la mejilla solía ser más efectivo que cualquier droga para dar inicio al
ritual.
Llegaba un olor a
incienso de quién sabe donde. Las costras del alma empezaban a reposar. La
música eran sus propios susurros. Palabras que tocaban al ser. Me dirigía a sus
almas, a sus ángeles... También les pedía perdón, pero ya en el oído, por el
demonio que llevaba dentro y esa noche saldría. Estos pensamientos me llenaban
de risa, y mis carcajadas no son contagiosas desgraciadamente.
Estas “melodías”
creaban fascinación y expectación. A veces culminaban en un penetrado orgasmo,
a veces no. Pero el éxtasis siempre se daba, o soñaba que era así.
Era sincero, llegaba
el momento en que se centraba el poder en mis manos. El sádico siempre
encuentra al masoquista que por amor le permite expresar su infierno.
En trance de
concentración me dirijo a la habitación de la izquierda donde elegía (de un
cajón) la navaja indicada. Hay distintos tipos de ombligo: los hay como hundidos
donde se puede meter la punta del dedo índice, que son los más difíciles de
manejar; y los hay como “arrugados” o más bien con varias capas de piel que se
ensimisman de los extremos formando un círculo, estos causan menos problemas
pues están más salidos.
Volví a los cojines
con alcohol, que sobaba en el abdomen como si fuera una limpia. Sin anestesia,
quizás sin alma, la disposición de este ser es total.
Total. Con firmeza
coloque la navaja en el extremo del ombligo para empezarlo a cortar. A separar
de ese cuerpo. Entonces el tiempo pasó muy lento y ante mis ojos esa persona se
convirtió en un pedazo de carne. Sólo eso: carne con forma de cuerpo. Lo que
tiene valor se esta adhiriendo a mis dedos.
Terminado el proceso
mire la sangre. Alcance a escuchar “Arrullo” de Café Tacuba. Un poco más de
carne en mis manos y sería un criminal. ¿O más bien escuche Romeo is bleeding de Tom Waits? Para el
caso es lo mismo.
La satisfacción no
puede ser mayor, ya es mío. Me pertenece.
Gasas, vendas, y
quien fuera ya se podía ir a donde fuera. Exhaustos de tantas emociones, sin
hablar ni pensar, se iban. Sólo dos me tocaron con hernia en el ombligo y los
tuve que abandonar en la entrada de un hospital.
Los pocos que
llegaban a rechinar, son los que
inexplicablemente se transforman en mis amigos.
Dormido el paciente lavaba el ombligo y lo
colocaba en una cajita de cristal a su medida. En la habitación de la izquierda
se encontraba un enorme refrigerador de poco más de dos metros que se abría de
forma horizontal, un verdadero congelador. Temperatura: -200º C. Lo había
investigado ya hacía muchos años, cuando se empezó a hablar de trasplantes, y
se encontró la temperatura ideal para conservar las cualidades del tejido.
Colocar
una cajita de cristal junto a las demás era como unir cubos de hielo. Pronto no
cabrían más, tendría que comprar otro y lograr la misma temperatura.
III
La
compra de un nuevo refrigerador nunca llegaría. Una noche Rosario apareció. Fue
tan fácil hacerla parte de mis manos, de las luces y la oscuridad. Había algo
extraño en ella, y todo el tiempo mi
mente no dejaba de preguntarse que aspecto tendría aquel ombligo.
El teléfono
sonó pero no lo escuché. Se que hizo ruido por la expresión de Rosario. La
emoción crecía pues se acercaba el momento.
Pero al descubrir
su abdomen se me paralizó el cuerpo.
-¿Cómo
era posible? ¡Esa mujer no tenía ombligo! Esto nunca me había sucedido.
¡Encontrarse dos veces con la misma persona! Seguramente le había quitado el
ombligo ya hacía años. No la recordaba. Por primera vez tenía la oportunidad de
observar la cicatriz que quedaba. ¡Qué asco!
Mi frustración
no podía ser mayor. Mi cerebro daba vueltas y trabajaba a una velocidad mayor a
mi capacidad produciendo calor. ¡¿Qué hacer?! Una noche perdida... cómo
amanecer sin nada...
Angustiado
me dirigí al congelador. Admiré con suma atención los ombligos tras su cristal.
Eran mi vida. Trabajo y entrega. Mis dientes empezaron a temblar y a chocar entre
sí. Todos ellos eran solo míos. El frío raspaba mis huesos.
Rosario
yacía dormida, pero una parte de sí comenzaba a despertar. Sintió cómo le
cocían un ombligo sobre su hueco-cicatriz. Poesía pura.
Por
primera vez podía mirar el alma de un cuerpo. Mientras trabajaba en su carne,
sentí cada respiro que emitía Rosario. A través del ombligo el cuerpo resulto
exquisitamente hermoso, y es un deleite la mirada de aprobación de aquella
mujer.
Era
demasiado. Ya no estaba solo. Compartiendo la pasión. Salí corriendo.
Todo
cambio, un ciclo había terminado y comenzaba uno nuevo. Los días se
convirtieron en actividad y en las noches soñaba con un borrego que caminaba
gracias a sus patas de araña. El planeta hervía.
Quería
hacer más injertos. Llegó la hora de dar. Miles de ombligos “esperaban”
congelados su destino. Quería suprimir temporalmente la facultad de reacción
del organismo para producir anticuerpos. Usaría las radiaciones X o gamma y los
sueros antilinfocitarios, que atacan los tejidos encargados de formarlos. Pero
ella seguía enferma y temía matarla haciéndola más frágil. Comencé a
impacientarme.
Las
fiebres comenzaron de nuevo y aprovechando su delirio ausente, le corte con
maestría un pezón para implantar en su lugar un ombligo. La noche siguiente
repetí la operación en la otra mama.
Contemplé
su cuerpo por horas absorto en lo que había creado. Las noches que tenía que
salir en “búsquedas” habían terminado, todo lo que necesitaba y llenaba estaba
en sus manos. Los ombligos en los pezones formaban un perfecto triángulo con el
primero. Como fondo su delgado, pálido y casi amarillento cuerpo. Era lo más
perfecto que había visto jamás.
Arrojé los pezones al water. Entonces Rosario despertó como si la hubieran sacudido. Se sorprendió de verse desnuda así, pero más se asombró de encontrarse tan admirada. Sonrió. Nunca se había gustado y ahora se convertía en otra persona. Se transformaba en placer. Se supo mía. Ella necesitaba ser amada, pero más que nada que la cuidaran. Ya muchos la habían abandonado por los estragos que siempre padecía en su organismo, pero sabía que nunca me aburriría de Ella. Sonrió. Se sintió indispensable y hasta útil dentro de su ineficiencia. En el silencio, se produjo un segundo de equilibrio universal.
IV
Con el
tiempo quedó su cuerpo cubierto de ombligos. Sólo su cabellera, sus ojos y las
plantas de sus pies estaban al descubierto. Su piel rugosa dejo un monstruo...
Era lo más bello que había visto.
A
pesar de la cascada que llovía, tenía que salir a celebrarlo. Ella nunca más
saldría, pero no importaba, tenía mi amor. Hacía ya muchos años que no salía de
noche como en los viejos tiempos, así que caminé por los olvidados lugares
empapándome por fuera con la lluvia y
por dentro con las cervezas.
En
uno de ellos nos conocimos. Con mi secreto por contar, nos dejamos llevar por
la magia oscura. Conforme escuchaba mi historia: podía sentir cómo mis poros de
la piel se abrían. Las palabras entraban a sus oídos, el alcohol por la
garganta y pronto se unieron al diluirse por las venas.
Le
resultó fácil seducirme, pues respirábamos al mismo ritmo. Siguiendo el rito, con una valentía desconocida para mí,
me cortó la piel. Salía mucha sangre, pero continúo hasta el final. Hasta tener
el ombligo en sus manos. Ya no deseaba nada más. No necesitaba más ombligos.
Con el mío, se llenaba del poder necesario. El mío sólo valía tanto o más que
todos los ombligos que yo había juntado. Tanta energía en un solo elemento. Se
daba a Gina en lo más preciado para ella.
-Ahora ya tengo el
ombligo del Coleccionador de Ombligos. susurro Gina.
Agonizando,
casi muero, pero mi perdida me hizo amarla. Encontré mi igual. El espejo del
proceder reflejado. Sentí lo que hice vivir a otros. No podía estar más cómodo
en otro sitio.
Rosario
lo supo. Debe haberme encontrado delirando y sin ombligo. Traicionada y al
sentirse abandonada quiso suicidarse. Su vida, su ser, su cuerpo tapizado de
ombligos sin mi admiración no tenía sentido.
-¡Vamos, Rosario! Tienes que vomitar. ¡Mujer,
te juro, regresa, estoy contigo!
Rosario
es la representación de mi ser. Ya no volví a buscar a Gina como prometí. Rosario
y Daniel. Los dos nos conservamos. Gina en cambio, se convirtió en el súcubo
del íncubo, y dejó pudrir la parte más importante de mí.
FIN
Derechos
Reservados © Celina Durán Ramsay 2010