lunes, enero 30

El ombligo. Celina Durán Ramsay


Sumi-e

I


Le destrocé el ombligo para que dejara de pensar y percibir el mundo a través de él. A pesar de lo imprevisto que pudiera parecer esta acción, era una rutina conocida por los del barrio Hormiga, por un 69% al menos. Tan previsible, que aburría. Siempre el mismo procedimiento, paso a paso. Honestamente, no me gusta nada la incertidumbre. No por ello dejo de ser atento y amable, pero ya todos saben mi modo de cortar un pequeño pedazo de piel. Todos los días lo mismo, sin ir más allá. Un poco más de carne en mis manos y sería un criminal.


El día era sólo eso: el día. Nada que hacer. Sentarme, ensimismándome, sin ni siquiera la interrupción de comerciales. Sólo la espera. La espera de la noche. Eso lo hacía agradable. Tenso, pero sin prisas. A veces dormido, a veces sólo apagado. Era una larga espera, ya que la inactividad eterniza los momentos y te ayuda a estar atento. Practicar los verbos o ver a otros practicarlos -como a las hormigas sin dejar de trabajar o a la televisión emitiendo mensajes sin parar-  te borra los segundos, las horas, días y los años sin que te percibas de ello.

Pocos aguantan mi silencio y me visitan de rápido. Pero otros me hacen charlar un rato, generalmente el tema es la justicia. Tratan de convencerme de que la justicia existe, no se para qué.

-¡Vamos Daniel! ¡Viejo! Debemos buscar la justicia, acercarnos lo más que podamos a ella. Eso le da sentido a la vida.- alega mi vecino más cercano y más latoso. Hoy luce muy bien con su uniforme de policía, parece que por fin lo lavó. A quién quiere engañar.

-La justicia no es normal, acaso es justo que los pájaros se coman a los gusanos, pero vaya, es lo natural.- conteste esta vez. Así mis visitas se alimentan de mi espera. Les da seguridad, pues saben que siempre encontraran todo igual, todo en la misma posición, sin sorpresas ni cambios. La paz y tranquilidad.

Pronto anochecería...

Aunque todas las noches eran del mismo tono, eran muy distintas a los días. Solía caminar indistintamente por muchas calles, recorriendo los antros de la ciudad, y una que otra iglesia cuando la hallaba abierta. En ellas pasaba horas sentado, pero a diferencia del día, tenía un objetivo: seleccionar a la persona a “seducir”. Hombre o mujer, eso no importaba; lo que importaba era aquello en la cintura que no tenía utilidad. En su asiento, no miraba las imágenes, todas esas divinidades, serenos en su dolor, inmóviles en su devoción eran deformemente perfectos. Dedos alargados en cuerpos esbeltos pero sin ombligo seguramente. Cuando los crearon, el pintor ni siquiera ha de haber pensado en ese detalle.

El Cristo sí lo tenía. Sólo uno de ellos en toda esa iglesia. Pero si lo tenía. Ese sí era Dios. El ombligo es el centro de todo el cuerpo a lo largo y a lo ancho. Todos lo tienen. Habrá quien no tenga cabello, o quien no tenga manos, piernas o haya perdido un ojo, no oiga, o que naciera sin una oreja, o sin un pedazo de labio, o mujeres occidentales que les quitaran el busto y a las orientales el clítoris, o se te pueden caer las uñas, o quedarte sin rostro si se quema, tener un corazón postizo, o cantar sacando aire de la panza si te falta un pulmón, o perder pedazos de tu carne en los vientos más helados, o... , o... , o... , pero todos, todos sin excepción, TODOS TENEMOS OMBLIGO... hasta Dios.

La única marca que nos remite que alguna vez no estuvimos solos. Es el sello que quedo tras ser terminada nuestra creación y la insuperable superación. El refugio de la cueva materna que alguna vez existió queda plasmado para siempre. Es la porción del cuerpo que termina siendo el recuerdo y nada más.

Ese momento en que la mujer da a luz, y el quinto día en que Dios hizo al hombre y lo quería para sí. Quitarle a la gente su ombligo no tiene importancia, ni siquiera se explota su imagen comercialmente. Pero para mi tiene un valor inconmensurable, era estúpido como era lo único que tenía importancia.

En fin, en las noches las iglesias y los antros tienen algo en común: seres con un profundo dolor dispuestos a embriagarse con cualquiera. Y aquí estoy para guiarlos en su ritual de olvido. Para sentir que no son unos imbéciles por una noche; e imaginar que son queridos por extraños.

-Si no quieres estar conmigo en la tristeza, ‘ta bien, no me acompañes; pero no me pidas que este contigo en la alegría como si nada.- gritaba una chupitos. Suavizar el dolor en las noches frías, no es tan difícil, sólo hay que vivir intensamente el momento desapareciendo todo pasado-futuro. Diluyendo el tiempo en sorbos de alcohol no pesa tanto existir.

Lugares como El Escarabajo, el 42, el 14 con su olor a mierda y sexo consumado eran ideales para mi empresa. Esos ojos. Esas pláticas donde se finge que son interesantísimas, con tal de que sean el preludio y la llave para los cuerpos. Pitos y colas por todas partes. Variedad a escoger, sólo hay que llegar al lugar indicado. Si no tienes suerte por lo menos te tortean sabroso. Rico. ¡Qué rico es desinhibirse! Chupar aquí, chupar allá... Las cervezas son tan baratas... Y mientras bailas te desnudan por lo menos una docena de pares de ojos. Variedad: hombres, mujeres, travestis, transgéneros, transexuales. Aquí todos son iguales, las prostitutas y amas de casa actúan del mismo modo. Falos que hacen honor a Dionisio sin saberlo. ¿Los ves? Derraman su líquido, cooperando para conservar el olor a orines en el lugar, justo lo que necesitaba –sentirme como en casa-. Aquellos otros riegan su esperma en la mesa de tanto masturbarse. -¡Más! -¡más! -¡más! gritan otros. Pero no es una orgía, hasta eso hay respeto por los pósteres. ¿Será posible? ¿De veras existen penes de ese tamaño? Debe ser truco de fotografía.

-¡Melisea necesita cinco voluntarios! ¡Cinco!, ¡usted!, ¡usted!- señalando a diferentes caballeros que comienzan a subir. -¡Melisea necesita dos voluntarios más! ¡Usted también!- me señaló también. No tuve más remedio que subir y coger con esa puta codeándome con los otros seis. Me apuré para ser yo quien la penetrara por detrás. Dimos un buen espectáculo.

Todos hemos de recibir por lo menos un apretón, una caricia. Aquellos videos donde una mujer con enormes chichis penetraba un hombre por detrás, resultaba de lo más excitante. La humedad, el ambiente, eran ideal para mis propósitos. Mientras en la mesa de a lado una tipa practicaba el sexo oral con el pene que se encontró, yo sólo quería el ombligo de esa noche.

-¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel EN VERDAD NECESITA un!... ¡OMBLIGO! Sólo uno. ¡Uno solo! ¡Sólo un ombligo por noche!-  La más fea seguro me dice que sí. Espero. -¡Uno por noche! ¡Cada noche un donador distinto! ¡¿Quién es el o la afortunada de esta noche?! ¡¿Quién?! ¡UN OMBLIGO!- gritó el maestro de ceremonias del circo que se convirtió ese antro.



II



Cada noche una persona distinta. Embriagados de placer. Nunca los vuelvo a ver, ¿para qué? Nunca me olvidaran, la marca en su piel es por siempre.

Tristes o no me siguen porque, quizás en el fondo les ayudo con un poco de güisqui, vino, cerveza, mezcal, pulque o lo que tenga -quién rechaza un trago gratis-, a mostrar esa lágrima que siempre evitaron derramar. Y así sería: pero de piel. Un lento beso en la mejilla solía ser más efectivo que cualquier droga para dar inicio al ritual.

Llegaba un olor a incienso de quién sabe donde. Las costras del alma empezaban a reposar. La música eran sus propios susurros. Palabras que tocaban al ser. Me dirigía a sus almas, a sus ángeles... También les pedía perdón, pero ya en el oído, por el demonio que llevaba dentro y esa noche saldría. Estos pensamientos me llenaban de risa, y mis carcajadas no son contagiosas desgraciadamente.

Estas “melodías” creaban fascinación y expectación. A veces culminaban en un penetrado orgasmo, a veces no. Pero el éxtasis siempre se daba, o soñaba que era así.

Era sincero, llegaba el momento en que se centraba el poder en mis manos. El sádico siempre encuentra al masoquista que por amor le permite expresar su infierno.

En trance de concentración me dirijo a la habitación de la izquierda donde elegía (de un cajón) la navaja indicada. Hay distintos tipos de ombligo: los hay como hundidos donde se puede meter la punta del dedo índice, que son los más difíciles de manejar; y los hay como “arrugados” o más bien con varias capas de piel que se ensimisman de los extremos formando un círculo, estos causan menos problemas pues están más salidos.

Volví a los cojines con alcohol, que sobaba en el abdomen como si fuera una limpia. Sin anestesia, quizás sin alma, la disposición de este ser es total.

Total. Con firmeza coloque la navaja en el extremo del ombligo para empezarlo a cortar. A separar de ese cuerpo. Entonces el tiempo pasó muy lento y ante mis ojos esa persona se convirtió en un pedazo de carne. Sólo eso: carne con forma de cuerpo. Lo que tiene valor se esta adhiriendo a mis dedos.

Terminado el proceso mire la sangre. Alcance a escuchar “Arrullo” de Café Tacuba. Un poco más de carne en mis manos y sería un criminal. ¿O más bien escuche Romeo is bleeding de Tom Waits? Para el caso es lo mismo.

La satisfacción no puede ser mayor, ya es mío. Me pertenece.

Gasas, vendas, y quien fuera ya se podía ir a donde fuera. Exhaustos de tantas emociones, sin hablar ni pensar, se iban. Sólo dos me tocaron con hernia en el ombligo y los tuve que abandonar en la entrada de un hospital.

Los pocos que llegaban a rechinar, son los que inexplicablemente se transforman en mis amigos.

Dormido el paciente lavaba el ombligo y lo colocaba en una cajita de cristal a su medida. En la habitación de la izquierda se encontraba un enorme refrigerador de poco más de dos metros que se abría de forma horizontal, un verdadero congelador. Temperatura: -200º C. Lo había investigado ya hacía muchos años, cuando se empezó a hablar de trasplantes, y se encontró la temperatura ideal para conservar las cualidades del tejido.

Colocar una cajita de cristal junto a las demás era como unir cubos de hielo. Pronto no cabrían más, tendría que comprar otro y lograr la misma temperatura.



III



La compra de un nuevo refrigerador nunca llegaría. Una noche Rosario apareció. Fue tan fácil hacerla parte de mis manos, de las luces y la oscuridad. Había algo extraño en ella, y  todo el tiempo mi mente no dejaba de preguntarse que aspecto tendría aquel ombligo.

El teléfono sonó pero no lo escuché. Se que hizo ruido por la expresión de Rosario. La emoción crecía pues se acercaba el momento.

Pero al descubrir su abdomen se me paralizó el cuerpo.

-¿Cómo era posible? ¡Esa mujer no tenía ombligo! Esto nunca me había sucedido. ¡Encontrarse dos veces con la misma persona! Seguramente le había quitado el ombligo ya hacía años. No la recordaba. Por primera vez tenía la oportunidad de observar la cicatriz que quedaba. ¡Qué asco!

Mi frustración no podía ser mayor. Mi cerebro daba vueltas y trabajaba a una velocidad mayor a mi capacidad produciendo calor. ¡¿Qué hacer?! Una noche perdida... cómo amanecer sin nada...

Angustiado me dirigí al congelador. Admiré con suma atención los ombligos tras su cristal. Eran mi vida. Trabajo y entrega. Mis dientes empezaron a temblar y a chocar entre sí. Todos ellos eran solo míos. El frío raspaba mis huesos.

Rosario yacía dormida, pero una parte de sí comenzaba a despertar. Sintió cómo le cocían un ombligo sobre su hueco-cicatriz. Poesía pura.

Por primera vez podía mirar el alma de un cuerpo. Mientras trabajaba en su carne, sentí cada respiro que emitía Rosario. A través del ombligo el cuerpo resulto exquisitamente hermoso, y es un deleite la mirada de aprobación de aquella mujer.

Era demasiado. Ya no estaba solo. Compartiendo la pasión. Salí corriendo.

Todo cambio, un ciclo había terminado y comenzaba uno nuevo. Los días se convirtieron en actividad y en las noches soñaba con un borrego que caminaba gracias a sus patas de araña. El planeta hervía.

Quería hacer más injertos. Llegó la hora de dar. Miles de ombligos “esperaban” congelados su destino. Quería suprimir temporalmente la facultad de reacción del organismo para producir anticuerpos. Usaría las radiaciones X o gamma y los sueros antilinfocitarios, que atacan los tejidos encargados de formarlos. Pero ella seguía enferma y temía matarla haciéndola más frágil. Comencé a impacientarme.

Las fiebres comenzaron de nuevo y aprovechando su delirio ausente, le corte con maestría un pezón para implantar en su lugar un ombligo. La noche siguiente repetí la operación en la otra mama.

Contemplé su cuerpo por horas absorto en lo que había creado. Las noches que tenía que salir en “búsquedas” habían terminado, todo lo que necesitaba y llenaba estaba en sus manos. Los ombligos en los pezones formaban un perfecto triángulo con el primero. Como fondo su delgado, pálido y casi amarillento cuerpo. Era lo más perfecto que había visto jamás.


Arrojé los pezones al water. Entonces Rosario despertó como si la hubieran sacudido. Se sorprendió de verse desnuda así, pero más se asombró de encontrarse tan admirada. Sonrió. Nunca se había gustado y ahora se convertía en otra persona. Se transformaba en placer. Se supo mía. Ella necesitaba ser amada, pero más que nada que la cuidaran. Ya muchos la habían abandonado por los estragos que siempre padecía en su organismo, pero sabía que nunca me aburriría de Ella. Sonrió. Se sintió indispensable y hasta útil dentro de su ineficiencia. En el silencio, se produjo un segundo de equilibrio universal.


IV




Con el tiempo quedó su cuerpo cubierto de ombligos. Sólo su cabellera, sus ojos y las plantas de sus pies estaban al descubierto. Su piel rugosa dejo un monstruo... Era lo más bello que había visto.

A pesar de la cascada que llovía, tenía que salir a celebrarlo. Ella nunca más saldría, pero no importaba, tenía mi amor. Hacía ya muchos años que no salía de noche como en los viejos tiempos, así que caminé por los olvidados lugares empapándome por fuera con la lluvia y  por dentro con las cervezas.

En uno de ellos nos conocimos. Con mi secreto por contar, nos dejamos llevar por la magia oscura. Conforme escuchaba mi historia: podía sentir cómo mis poros de la piel se abrían. Las palabras entraban a sus oídos, el alcohol por la garganta y pronto se unieron al diluirse por las venas.

Le resultó fácil seducirme, pues respirábamos al mismo ritmo. Siguiendo el  rito, con una valentía desconocida para mí, me cortó la piel. Salía mucha sangre, pero continúo hasta el final. Hasta tener el ombligo en sus manos. Ya no deseaba nada más. No necesitaba más ombligos. Con el mío, se llenaba del poder necesario. El mío sólo valía tanto o más que todos los ombligos que yo había juntado. Tanta energía en un solo elemento. Se daba a Gina en lo más preciado para ella.

-Ahora ya tengo el ombligo del Coleccionador de Ombligos. susurro Gina.

Agonizando, casi muero, pero mi perdida me hizo amarla. Encontré mi igual. El espejo del proceder reflejado. Sentí lo que hice vivir a otros. No podía estar más cómodo en otro sitio.

Rosario lo supo. Debe haberme encontrado delirando y sin ombligo. Traicionada y al sentirse abandonada quiso suicidarse. Su vida, su ser, su cuerpo tapizado de ombligos sin mi admiración no tenía sentido.

-¡Vamos, Rosario! Tienes que vomitar. ¡Mujer, te juro, regresa, estoy contigo!

Rosario es la representación de mi ser. Ya no volví a buscar a Gina como prometí. Rosario y Daniel. Los dos nos conservamos. Gina en cambio, se convirtió en el súcubo del íncubo, y dejó pudrir la parte más importante de mí.

FIN

Derechos Reservados © Celina Durán Ramsay 2010

           















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