jueves, abril 19

Duermevela. Ana Paulina Gutiérrez



En duermevela soñé un poema.
Sobre un cuerpo tendido a mi lado.
Uno hermoso.
No un cadáver, tu cuerpo.

Me di vuelta y vi otro cuerpo tendido a mi lado.
Lo toqué.
Despacio.
Con la mano abierta.

Me echó el brazo encima.
Cálido.

Y olvidé el poema.
Concilié el sueño.

domingo, marzo 25

Primavera


Foto: APGM



Me da tristeza
que no puedas sentir
lo suaves que se han puesto mis pies
con la primavera
que está hecha casi un verano.

No pasa siempre.
Pasa casi nunca.
Lo de mis pies.
Lo de la primavera.

Es una lástima.
Que te hayas querido ir.
Que no quieras sentir.
Ni mis pies.
Ni nada.

viernes, febrero 9

Ventana. Ana Paulina Gutiérrez


Mis ojos se acostumbran a la oscuridad.
Encuentran los puntos donde se notan las diferencias de tono.
Las formas de las cosas.
Las siluetas de los árboles.
Donde aparecen horizontes.
Donde se ven nubes que en la negrura inmediata no existen.

Alcanzo a ver las formas de mi propio cuerpo.
Entero.
Completo.
Sin la falta.

Mis piernas largas y delgadas que sostienen mi mundo.
Que son mías.

Mis pies descubiertos.
Tibios.
Firmes.
Han dejado de estar fríos.
Han dejado de estar solos.
Ya no buscan el otro cuerpo.
Se frotan a sí mismos.
Generan su propio calor.
Gozan.

Alcanzo a ver también los diseños de la manta que me cubre.
Como un mapa.
Rutas al infinito sobre mi cuerpo inacabado.
Caminos sin explorar que me cubren del frío.
Un frío muy sutil que entra por la ventana que he abierto para escuchar la lluvia.
Apenas llega a ser frío.
Es más bien vida.
Movimiento.
Afrodisiaco.

Mi voz interrumpe el sonido de la naturaleza.
Es naturaleza también
pero rompe los ritmos de la tierra,
del viento,
del agua.

Se ha distanciado del tiempo que no tiene marcas.
Ahora regresa.

Como un aullido.


domingo, febrero 4

Río

Dejar ir.
Al fin.
Mi cuerpo hecho río.
No llueve aún.
Pero es tiempo.
Nada más pasará.
Ha pasado ya todo.

Nos enseñan a guardar cosas.
A atesorar.
A despreciar el movimiento.
La transformación.
Lo que no existe.

Pero la vida es más que eso.
Es cambio.
Es mar.
Es goce sin culpa.
Es deseo.

Y yo me voy.

A otros sitios
donde el deseo pueda ser.

Sin culpa.
Sin miedo.
Sin barreras.

Porque nos morimos mañana.

Y la vida es hoy.

Simple.

miércoles, enero 24

Vaho. Ana Paulina Gutiérrez

Foto APGM 2017


Sucede que mi cuerpo se ablanda.
Deja de ser roca para ser lodo.

Después vapor.
El aliento de la tierra.

Me ausento.
Dejo de estar y vuelvo.

Hecha nudo.
Hecha polvo.
Hecha agua.

Desintegrada.

Nunca desaparezco.
Sólo me fragmento.
Me vuelvo a unir.
Me hago lodo.
Luego roca.

Revivo con el tremor de la montaña.
Me hago fuego con los vientos-mar.
Incendio.

Luego lluevo.


domingo, noviembre 19

R. de Ana Paulina Gutiérrez

Niteroi, Brasil. APGM.


Recuerdo que mi abuela decía que había que permanecer con quien te amara. Que no teníamos que hacer mucho caso a esas pasiones que te enloquecen y te hacen perder el juicio. Yo no entendía nada entonces. Pero me gustaba escucharla.

Decía que era mucho mejor fijarse en quien te amaba. Pero tampoco de una manera desenfrenada. Si no en esa persona que te mira lindo cuando haces cualquier acto cotidiano, como servirte el café, estornudar, reír a carcajadas. Decía que la forma en que alguien te mira o te responde una pregunta tonta es la clave para invertir las emociones. Decía que quien te ama es quien cuida no causarte ninguna tristeza. Ningún pesar. Ninguna vergüenza. Quien te ama está cerca. Y cuando uno descubre eso, puede enamorarse de esa persona en poco tiempo. Profundamente. Sin locuras. Como dos amigos cómplices que comparten el mismo pedazo de mundo.

Pero decía que pocos son los afortunados que entienden el amor de esta manera. Como una amistad con un misterio cómplice de por medio.

A mi abuela la casaron. Ella no amaba a mi abuelo. Siempre estuvo enamorada de otro hombre. De R. Un chico muy guapo que usaba una boina y un chaleco y que cada vez que la nombraba sonreía y abría los ojos más de lo normal. Además olía a miel.

Él le contaba cuentos. Cuando mi abuela se quedaba en el patio cuidando a sus hermanas, el chico en cuestión se sentaba frente a ella y después de pedirle permiso para acercarse, comenzaba a inventarle historias que la hacían sonreír.

Un día la encontró llorando. La sonrisa de siempre se convirtió en pena. Se abrazaron. Contra las normas de decencia de esa época, porque justo la noticia triste es que mi abuela estaba ahora comprometida. Fue el único momento en que estuvieron cuerpo a cuerpo. Después de eso a mi abuela la casaron. Y siguió viendo a R. Hasta que él se fue a vivir a otra ciudad. Siempre que pudieron se sonrieron y se amaron. Algunas veces hablaron por teléfono a escondidas. Fueron personas que se encontraron, que hicieron historia juntos. Y defendieron eso en la forma en que se relataban. Al menos mi abuela.


Creo que ella lo amó hasta que murió, cuando me recordó por última vez la importancia de tratar a las personas como personas completas que embellecen nuestras vidas con su cercanía.