miércoles, noviembre 28

domingo, noviembre 25

Que los ruidos te perforen los dientes. Oliverio Girondo.




Sofía Ajram

Que los ruidos te perforen los dientes,
como una lima de dentista,
y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas.

Que te crezca, en cada uno de los poros,
una pata de araña;
que sólo puedas alimentarte de barajas usadas
y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,
al espesor de tu retrato.

Que al salir a la calle,
hasta los faroles te corran a patadas;
que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte
ante los tachos de basura
y que todos los habitantes de la ciudad
te confundan con un madero.

Que cuando quieras decir: “Mi amor”,
digas: “Pescado frito”;
que tus manos intenten estrangularte a cada rato,
y que en vez de tirar el cigarrillo,
seas tú el que te arrojes en las salivaderas.

Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;
que al acostarse junto a ti,
se metamorfosee en sanguijuela,
y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa.

Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto,
para que los espejos, al mirarte,
se suiciden de repugnancia;
que tu único entretenimiento consista en instalarte
en la sala de espera de los dentistas,
disfrazado de cocodrilo,
y que te enamores, tan locamente,
de una caja de hierro,
que no puedas dejar, ni por un solo instante,
de lamerle la cerradura.


martes, noviembre 20

Los espejos. J.L. Borges (con 2 videos homenaje a Borges).



Yo que sentí el horror de los espejos 
no sólo ante el cristal impenetrable 
donde acaba y empieza, inhabitable, 
un imposible espacio de reflejos


sino ante el agua especular que imita 
el otro azul en su profundo cielo 
que a veces raya el ilusorio vuelo 
del ave inversa o que un temblor agita


Y ante la superficie silenciosa 
del ébano sutil cuya tersura 
repite como un sueño la blancura 
de un vago mármol o una vaga rosa,


Hoy, al cabo de tantos y perplejos 
años de errar bajo la varia luna, 
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.


Espejos de metal, 
enmascarado 
espejo de caoba que en la bruma 
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales 
ejecutores de un antiguo pacto, 
multiplicar el mundo como el acto generativo, 
insomnes y fatales.


Prolonga este vano mundo incierto 
en su vertiginosa telaraña; 
a veces en la tarde los empaña 
el Hálito de un hombre que no ha muerto.


Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro 
paredes de la alcoba hay un espejo, 
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo 
que arma en el alba un sigiloso teatro.


Todo acontece y nada se recuerda 
en esos gabinetes cristalinos 
donde, como fantásticos rabinos, 
leemos los libros de derecha a izquierda.


Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño
hasta aquel día en que un actor
mimó su felonía con arte silencioso,
en un tablado.


Que haya sueños es raro,
que haya espejos, 
que el usual y gastado
repertorio de cada día
incluya el ilusorio
orbe profundo que urden
los reflejos.



Dios (he dado en pensar) pone un empeño 
en toda esa inasible arquitectura 
que edifica la luz con la tersura 
del cristal y la sombra con el sueño.


Dios ha creado las noches que se arman 
de sueños y las formas del espejo 
para que el hombre sienta que es reflejo 
y vanidad. Por eso no alarman.







sábado, noviembre 17

Luna roja (fragmento con video de Soda Stereo). Ana Paulina Gutiérrez.

Merlin Flu


- ¿Has visto que la luna se ha puesto roja?

- Sí, alguien me dijo un día que cuando eso pasaba alguien estaba contando hormigas.

- ¿Hormigas rojas?

- Supongo.

Estaban en la terraza del edificio, recostadas boca arriba, fumando y viendo al cielo. No se miraban a los ojos después de tener sexo. Eso sólo lo hacen los enamorados y ninguna de los dos estaba para eso. Sólo buscaban hacerse compañía. Hacer a un lado el peso de los minutos que transcurrían sin preguntarles si querían vivir tal o cual cosa.

- Los murciélagos de la ciudad se aparecen cuando algo bueno va a pasar.

- No lo creo. Se aparecen todo el tiempo. Están por todos lados. Son los pájaros urbanos. ¿Te has dado cuenta que en la ciudad los pájaros ya no cantan? Es porque se han vuelto murciélagos. Sólo chillan y vuelan sin ver hacia donde van.

- ¡Pero yo los escucho por las mañanas, cuando me despierto!

- ¿Estás segura?


(silencio)


- No. Desde hace un tiempo no estoy segura de nada.

- La próxima vez que te despiertes, pon más atención en lo que escuchas. Pon más atención a tus recuerdos también.

- Lo haré.

- ¿Te acuerdas que es lo que te gustaba de ella?

- Me gustaba su risa. Su forma de decir te amo. Me gustaba cuando tenía hambre, que era casi todo el tiempo. Me gustaba su nuca, el lunar en su pecho. Me volvía loca la forma en que mordía mi cuello. Cuando comenzaba a respirar cerca, se me olvidaba que era una niña.

- ¿Cuántos años tenía?

- No lo sé. Sólo sé que era una niña.

- En realidad no sabías nada de ella ¿no?


(silencio)


- Sabía lo que necesitaba. Y necesitaba muy poco a su lado. En cambio ella buscaba más.

- ¿Qué es lo que buscaba?

- Se buscaba a sí misma. Con desesperación. Con insistencia. Por eso me miraba fijamente a los ojos, porque se reflejaba en ellos, no porque en realidad me amara.


(silencio)


- Te amaba.


- ¿Cómo lo sabes?

- Porque uno no se refleja en los ojos de alguien a quien no ama. Es una de esas cosas que no se entienden, y da miedo. La mayoría de las veces provoca salir corriendo. Antes o después de que el otro se de cuenta. Pero la huida es casi un instinto. Huir del amor es algo que los humanos hacemos más seguido de lo que quisiéramos creer, de lo que dicen los libros. Siempre habrá razones para justificar la huida, pero la realidad es que escapamos de nuestro propio reflejo. ¿No has escuchado que los espejos dan miedo?


- A mí no me dan miedo, me atrapan, me fascina mi reflejo. No hay nada más placentero que verme a mí misma en un artefacto que nunca he entendido. Y los ojos del otro siempre fascinan.

-No siempre, te digo que debes poner más atención cuando la recuerdes. ¿Qué es lo que no te gustaba de ella?


(silencio)


"Su risa. Su forma de decir te amo. No me gustaba cuando tenía hambre, que era casi todo el tiempo. No me gustaba su nuca, ni el lunar en su pecho. Me volvía loca la forma en que mordía mi cuello. Cuando comenzaba a respirar cerca, se me olvidaba que era una niña."

(Fragmento 1/3).

miércoles, noviembre 14

Mensaje a seguidores y fotos censuradas. Ana Paulina Gutiérrez.


Queridos amigos, seguidores y miembros de Cuentitos Eróticos,

Cómo ya les comentamos, han denunciado de nueva cuenta algunas de las fotos que publicamos en la página de FB. Cómo saben, esta página surge como un espacio de expresión y de goce que muestra el erotismo en casi (por eso de la censura) todas sus formas. Lo más triste de esta situación es que son usuarios de la red social quienes denuncian las imágenes por considerarlas ofensivas, si que haya nada más, en esta ocasión que desnudez o semi desnudez femenina.

Las imágenes censuradas son las que comparto en esta publicación para hacer homenaje a las mismas. En caso de que cierren la página de cuentitos en facebook, los invito a seguirnos directamente acá, en blogger, mientras construimos nuestro sitio web que ya está en proceso.

Los invito también a compartir si así lo desean sus cuentos, poemas, arte en general con nosotros. Podemos publicar directamente aquí y para eso, el mail de recepción es pensardeotromodo@gmail.com Les garantizo respetar su autoría y créditos correspondientes. Gracias por su apoyo y no dejen de seguirnos por todos lados por donde aparezcamos.

Ana Paulina Gutiérrez Martínez
Cuentitos Eróticos de Ultratumba






Andrew Lucas



Andrew Lucas

Pascal Renoux







Vlad Kenner

Vlad Kenner


lunes, noviembre 12

¡Todo era amor! Oliverio Girondo.



Alisa Andrei



¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.


Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!

jueves, noviembre 8

Círculo. (incluye corto Un perro andaluz) Ana Paulina Gutiérrez.


Un Chien Andalou 

Sentir los ojos, las órbitas que los rodean. 

Oler las pieles que envuelven mi cuerpo. 

Soñar que trepido y trepidar. 

Sentirme viva entre las manos que se levantan, que rugen. 

Olvidar que olvido. 

       Olvidar que todavía siento. 

                Sentir que olvido y me alejo. 

Acercarme al mundo. Herencia de lo ausente, de lo que dejó de estar: el vacío siempre puede volver a llenarse y volver a vaciarse y volver a volver.

Perder la fe y recuperarla. Destruirla y construir las certezas del olor de mi propia piel. De mi musgo. 

¿Cuándo dejé de sentir el calor de mi sangre?

Ya no me acuerdo. Creo que fue cuando leí en algún lado que no existen las señales, qué sólo las imaginamos porque lo necesitamos. Así que no había señales, nada, ni una pizca, ni una partícula, ni una nada.

Sólo ganas de estar. De olerte.

¿A qué hueles cuando sueñas cariño? 

                               No puedo decir ya 
                                                            que el aroma de tus sueños 
                                                se me coló a las venas,
                                             a las neuronas, 
                                        a las hormonas,
                                     a la z de mis apellidos. 

No puedo pensar más en que ese olor es una señal. Porque leí que las señales no existen.

Tampoco puedo quitármelo.
Lo siento cuando respiro, que resulta que es casi siempre.
Se me ha quedado entre la nariz y la boca. En ese pedacito de piel. En esa pequeña hendidura, donde resbalaba tu dedo índice antes de entrar en mi boca a jugar con mi lengua.

Sé de qué está hecho ese olor. Me he detenido en cada nota, en cada ingrediente, en cada dosis de cada cosita que lo forma.


Olor casi sabor.

Me lo llevaré a la tumba junto con las otras cosas que dejaste en los rincones:

tu lápiz
tus letras
la sonrisa
el mango
las promesas
los pedazos de pan
tus palabras
las envolturas de chocolate
tus lunares

un pedazo de piel

tu dolor
la farsa
la duda

Junto con mis deseos de todo y de nada.
Al lado de la ropa de invierno.

Ya no nos veremos, ya no estaremos, ya no seremos juntos.

Por eso me regreso a sentir las órbitas de mis ojos y las yemas de mis dedos. Y mi cuerpo.


Las manos vacías, pero ansiosas por llenarse de todo y de nada. La mente llena, pero ansiosa de vaciarse y volver a llenarse.






viernes, noviembre 2

La muerte chiquita (La petite mort). Ana Paulina Gutiérrez.


goodbyestockholm

Tendida en el piso, escuchaba sobre su cabeza los pasos de los vecinos, sus risas, los sonidos de los vasos de cristal chocar entre sí. Sus manos recorrían su propio cuerpo. Caricias que no piden permiso. Podía sentir cada centímetro de piel.

La muerte la rondaba. La seducía con su aliento vaporoso, la envolvía  como en un capullo suave, etéreo. Olía a fresas, a bosque, a mar, a piel. El capullo se extendía por todo su cuerpo, acariciándola sin manos. Se detenía en el cuello y la lamía despacio, después la lengua recorría sus mejillas, la barbilla, y provocaba que su cuerpo se derritiera en mareas. La mordía suavemente, como un gato.

La mente en blanco, después en mil colores.

Imaginaba sus brazos fuertes rodeando sus muñecas. No podía moverse, no quería hacerlo. Estaba dispuesta a dejarse matar. Cerró los ojos un momento y tomó aire.  La lengua estaba en sus pezones, alrededor de ellos, en sus axilas. Bajaba por su vientre, haciendo círculos, multiplicándose en mil lenguas que se colaban entre sus piernas. Bocas que mordían sus muslos. Manos que apretaban sus nalgas. Ojos que veían como se acercaba a la muerte.

No podía moverse más. Sentía su sangre calentarse y abandonarla por los poros, hecha vapor. Los pezones firmes, hinchados, alerta. Las piernas tensas. Los dientes apretados.

Los ojos cerrados-abiertos-cerrados. El mundo entero encima de su cuerpo, el universo, las estrellas, el movimiento. El aire. La quietud.

No pudo más. Explotó. La muerte chiquita le quitó la vida una y otra y otra vez. Le dejó el cuerpo hecho trizas. Los vecinos guardaron silencio. "Alguien ha muerto y el mundo sigue moviéndose."