jueves, octubre 27

Memorias. Primera parte. Ana Paulina Gutiérrez *



A Ene le gustaba encerrarse en el baño para sentir placer. Se sentaba junto al lavabo, en una banca que había a un lado de la ventana y prendía un cigarro. Abría la llave del agua para escucharla correr y cerraba los ojos mientras exhalaba enormes bocanadas.

Ese día recordó la escena que la inquietaba los últimos días cientos de veces. Se concentró en el silencio, en la oscuridad, en la sensación de aquellas manos recorriendo el largo de sus piernas para poder adentrarse en el recuerdo. Una vez ahí, trajo a la memoria el instante en que sintió la lengua tibia recorrer la planta de su pie derecho. Sintió, como otras veces, el escalofrío que anunciaba que el recuerdo estaba ya en el límite de realidad necesario para sentirlo. Sus ojos abiertos visualizaron la pequeña perversión en una imagen que ahora atesoraba. Ahora que la tenía ahí, cerró los ojos. Comenzó a aderezarla: la llenó de gemidos, de roces, de olores. Su respiración se hacía cada vez más profunda y necesaria. Era lo que la mantenía en el cuerpo, en la tierra.

Por lo regular no podía retener la imagen por mucho tiempo. Se disolvía y Ene tenía que volver a empezar, volver a concentrarse. Pero esa tarde el recuerdo fue más prolongado. Pudo seguir sintiendo sin tener que comenzar de nuevo. Su respiración, agitada por el recuerdo, se convirtió en un suspiro prolongado, acompañado por la sensación de su piel tocando la piel de su amante.

Apareció el recuerdo de sus pantorrillas descansando en los hombros del otro cuerpo. Su pie izquierdo bajando y subiendo por el torso y el cuello de su amante. Ahora la imagen de aquélla boca devorando su pie derecho era nítida. Tanto que podía congelarla, regresarla, verla en cámara lenta, ampliarla e inclusive podía verse a sí misma recibiendo placer. Y recibirlo en la ausencia del otro, que no se iría más, hasta que ella lo decidiera.

Se terminó el cigarro y sin abrir los ojos lo lanzó al lavabo en donde corría el agua. Metió la mano bajo el chorro tibio y volvió a empezar con la imagen ahora ampliada en su memoria. 

Respiraba despacio, no tenía prisa. Nunca la había tenido.

*The Lovers, Jan Saudek.