Niteroi, Brasil. APGM. |
Recuerdo
que mi abuela decía que había que permanecer con quien te amara. Que no
teníamos que hacer mucho caso a esas pasiones que te enloquecen y te hacen
perder el juicio. Yo no entendía nada entonces. Pero me gustaba escucharla.
Decía
que era mucho mejor fijarse en quien te amaba. Pero tampoco de una manera
desenfrenada. Si no en esa persona que te mira lindo cuando haces cualquier
acto cotidiano, como servirte el café, estornudar, reír a carcajadas. Decía que
la forma en que alguien te mira o te responde una pregunta tonta es la clave
para invertir las emociones. Decía que quien te ama es quien cuida no causarte
ninguna tristeza. Ningún pesar. Ninguna vergüenza. Quien te ama está cerca. Y
cuando uno descubre eso, puede enamorarse de esa persona en poco tiempo.
Profundamente. Sin locuras. Como dos amigos cómplices que comparten el mismo
pedazo de mundo.
Pero
decía que pocos son los afortunados que entienden el amor de esta manera. Como
una amistad con un misterio cómplice de por medio.
A
mi abuela la casaron. Ella no amaba a mi abuelo. Siempre estuvo enamorada de
otro hombre. De R. Un chico muy guapo que usaba una boina y un chaleco y que
cada vez que la nombraba sonreía y abría los ojos más de lo normal. Además olía
a miel.
Él
le contaba cuentos. Cuando mi abuela se quedaba en el patio cuidando a sus
hermanas, el chico en cuestión se sentaba frente a ella y después de pedirle
permiso para acercarse, comenzaba a inventarle historias que la hacían sonreír.
Un
día la encontró llorando. La sonrisa de siempre se convirtió en pena. Se
abrazaron. Contra las normas de decencia de esa época, porque justo la noticia
triste es que mi abuela estaba ahora comprometida. Fue el único momento en que
estuvieron cuerpo a cuerpo. Después de eso a mi abuela la casaron. Y siguió
viendo a R. Hasta que él se fue a vivir a otra ciudad. Siempre que pudieron se
sonrieron y se amaron. Algunas veces hablaron por teléfono a escondidas. Fueron
personas que se encontraron, que hicieron historia juntos. Y defendieron eso en
la forma en que se relataban. Al menos mi abuela.
Creo
que ella lo amó hasta que murió, cuando me recordó por última vez la
importancia de tratar a las personas como personas completas que embellecen
nuestras vidas con su cercanía.