viernes, febrero 9

Ventana. Ana Paulina Gutiérrez


Mis ojos se acostumbran a la oscuridad.
Encuentran los puntos donde se notan las diferencias de tono.
Las formas de las cosas.
Las siluetas de los árboles.
Donde aparecen horizontes.
Donde se ven nubes que en la negrura inmediata no existen.

Alcanzo a ver las formas de mi propio cuerpo.
Entero.
Completo.
Sin la falta.

Mis piernas largas y delgadas que sostienen mi mundo.
Que son mías.

Mis pies descubiertos.
Tibios.
Firmes.
Han dejado de estar fríos.
Han dejado de estar solos.
Ya no buscan el otro cuerpo.
Se frotan a sí mismos.
Generan su propio calor.
Gozan.

Alcanzo a ver también los diseños de la manta que me cubre.
Como un mapa.
Rutas al infinito sobre mi cuerpo inacabado.
Caminos sin explorar que me cubren del frío.
Un frío muy sutil que entra por la ventana que he abierto para escuchar la lluvia.
Apenas llega a ser frío.
Es más bien vida.
Movimiento.
Afrodisiaco.

Mi voz interrumpe el sonido de la naturaleza.
Es naturaleza también
pero rompe los ritmos de la tierra,
del viento,
del agua.

Se ha distanciado del tiempo que no tiene marcas.
Ahora regresa.

Como un aullido.


domingo, febrero 4

Río

Dejar ir.
Al fin.
Mi cuerpo hecho río.
No llueve aún.
Pero es tiempo.
Nada más pasará.
Ha pasado ya todo.

Nos enseñan a guardar cosas.
A atesorar.
A despreciar el movimiento.
La transformación.
Lo que no existe.

Pero la vida es más que eso.
Es cambio.
Es mar.
Es goce sin culpa.
Es deseo.

Y yo me voy.

A otros sitios
donde el deseo pueda ser.

Sin culpa.
Sin miedo.
Sin barreras.

Porque nos morimos mañana.

Y la vida es hoy.

Simple.