Mis ojos se acostumbran a la oscuridad.
Encuentran los puntos donde se notan las
diferencias de tono.
Las formas de las cosas.
Las siluetas de los árboles.
Donde aparecen horizontes.
Donde se ven nubes que en la negrura
inmediata no existen.
Alcanzo a ver las formas de mi propio
cuerpo.
Entero.
Completo.
Sin la falta.
Mis piernas largas y delgadas que
sostienen mi mundo.
Que son mías.
Mis pies descubiertos.
Tibios.
Firmes.
Han dejado de estar fríos.
Han dejado de estar solos.
Ya no buscan el otro cuerpo.
Se frotan a sí mismos.
Generan su propio calor.
Gozan.
Alcanzo a ver también los diseños de la
manta que me cubre.
Como un mapa.
Rutas al infinito sobre mi cuerpo
inacabado.
Caminos sin explorar que me cubren del frío.
Un frío muy sutil que entra por la ventana que he abierto para escuchar la lluvia.
Apenas llega a ser frío.
Es más bien vida.
Movimiento.
Afrodisiaco.
Mi voz interrumpe el sonido de la
naturaleza.
Es naturaleza también
pero rompe los ritmos de la tierra,
del viento,
del agua.
Se ha distanciado del tiempo que no tiene
marcas.
Ahora regresa.
Como un aullido.