domingo, mayo 5

El Dedo en El Universal


"El dedo" 


Cuarto lugar del concurso de relato erótico Letras de mi primera vez, convocado por Tusquets y el FCE    (para ir a la nota: http://www.eluniversal.com.mx/notas/921002.html )




Se pasó toda la noche observando su dedo. Pensaba cuánto tiempo le hubiera llevado a él crear un objeto así, con esas arruguitas en la panza que lo hacían ver tan cómico, tan poco sensual. El camuflaje perfecto. Cuántas noches habría pasado en vela para darle esa forma alargada y esos movimientos: de arriba abajo, de lado a lado, en círculos. Cuántos bocetos habría tenido que hacer para llenarlo de venas, de tendones, de huesos. Para forrarlo con piel. No sabía si existía un dios, pero sabía que la idea del índice era magnífica. Quién lo había creado era un genio. ¡Todo lo que podía hacer ese dedo! Era una maravilla.
Tenía diez dedos en las manos, sí, pero el índice de la mano derecha era insuperable. Lo sabía ahora más que nunca, después de haber estado jugando dentro de la vagina de Ángela. No es que no lo hubiera hecho antes con otras mujeres, pero lo de hace un rato había sido magia. Ángela tenía una potencia sexual increíble, bastaba con que lo mirara a los ojos para que él se encendiera y se clavara a mordidas en su cuello largo. Ángela era tan receptiva a sus caricias que él se olvidaba de su propio cuerpo cuando hacían el amor. El placer estaba en ella, en su piel suave, color miel, en esas formas redondas que se movían en la cama como reptando. Le fascinaba la sensación de enredarse en sus piernas largas, para después abrirlas con suavidad, y encontrarse con ese sexo dulce que lo hacía perderse. Era como un mar cálido en dónde sólo se escuchaba la voz de la sirena, mientras él recorría sus labios con la lengua, hacía círculos imparables en el clítoris, apretaba los muslos con sus manos ásperas. Siempre era un placer, siempre. Pero ayer sucedió algo que lo llevó al límite.
Comenzó a tocar apenas con las puntas de los dedos las ingles de Ángela y por segundos abandonaba el clítoris para besar y lamer la piel erizada del abdomen. Era como conquistar territorios, volverse poderoso en el sometimiento ritual de la sirena. Fue sumergiendo su dedo índice en la vagina cálida de Ángela, al mismo tiempo que chupaba suavemente su clítoris. Ángela comenzó a mover el pubis mientras sus manos se perdían en la cabellera de Diego. Apretaba su cabeza en un gesto de amor, pero también como una orden para que no se detuviera. Gemía como una sirena-bruja. Cerraba los ojos y se retorcía como una serpiente. Los movimientos del dedo se hicieron más intensos dentro de aquella vagina ahora ardiente e inundada. Diego levantaba la mirada de vez en cuando para encontrarse con la imagen ultra afrodisiaca del rostro agonizante de Ángela.
De pronto sintió otro dedo índice cerca de su boca. Era el de Ángela. Ahora ese dedo también reptaba sobre el terreno que Diego suponía conquistado. Se metió dentro de su boca, tocó su lengua en movimiento, tocó el clítoris hinchado y húmedo y después fue bajando despacio para meterse en la vagina y encontrarse con el otro índice ahí dentro. Diego estaba atónito. Tenía la erección más grande en la historia de la humanidad. De pronto dejó de mover su dedo, se sintió pequeño frente al acto heroico de Ángela. Pero ella con una pericia increíble, enganchó su dedo al de Diego y comenzó a acariciarlo. Bailaban un tango ahí dentro. Los gemidos de Ángela invadieron el cuarto, la casa, el edificio, el barrio. Diego no podía parar de darle placer y su pene seguía creciendo, iba detrás de los gemidos de Ángela. Se ahogaron juntos en un grito jamás escuchado. Agotados cerraron los ojos y se quedaron dormidos con los dedos enganchados ahí dentro. Cuando Diego despertó, Ángela se había ido. Pero había dejado su perfume impregnado en su índice, como un regalo. Y entonces él, se pasó toda la noche observando su dedo.


*Gracias a Gustavo por las fotos.